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viernes, 5 de noviembre de 2010

HUEVOS VIETNAMITAS

Que los vietnamitas tienen muchos huevos es algo que demostraron sobradamente derrotando a franceses y americanos hace ya algunos años.


En un plano más gastronómico, no podría imaginarme la cocina vietnamita tradicional, la que se sirve en los pequeños restaurantes de las calles, en el interior de sus locales o en las aceras, la que se cocina en las aldeas, las granjas o en los carritos barbacoa, sin esa miríada de ojos que abandonaron sus órbitas, con su iris amarillo indio o cadmio naranja, esas semillas que dejaron sus odres maternos de gallinas, ocas o codornices, y que los cocineros usan para tan extraños efectos.
Desde los huevos fritos “side up”, que son volteados para asarse por las dos caras, causando la ruina de la yema, por cuando la reducen a un amasijo de lava volcánica amarilla, dura y seca, sin sabor más que a aserrín de huevina, pasando por los huevos del nuevo año, a finales de febrero, recocidos en soja, salsa de pescado, azúcar y vinagre hasta convertirlos en proyectiles de caucho de profundo e imborrable sabor agridulce, o productos más escatológicos y despiadados, como el huevo de pato con pollito dentro, una ejecución intrahuevo en toda regla, donde la coraza que les prometía protección se transforma en su propia urna crematoria o sarcófago.
Y para acabar, los huevos negros, de clara vitrificada color café, yema de un repulsivo tono alquitrán, textura semilíquida coulant y un olor sulfhídrico diabólico. Un complemento inolvidable a las sopas de arroz gelatinoso, que no tienen color ni sabor y su sensación al tragarla es, pues...poco agradable, la verdad.
Lo peor del asunto es que, después de haber probado todas esas formas de humanizar esa prodigiosa obra de la naturaleza, no el mismo día por supuesto, uno se ve impulsado a repetir la experiencia en una suerte de pulsión alquímica, como si de esas experiencias cortas, pero intensas, circunscritas a una pequeña circunferencia de radio fijo, la del huevo, y otra de radio y bordes variables, en permanente movimiento, nuestra boca, pudiera llegar a percibirse alguna revelación sobre el misterio de la creación o una alegoría sobre la reproducción de la vida y la reencarnación.

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