Translate

domingo, 21 de noviembre de 2010

EL ÁRTICO EN EL TRÓPICO


Tic, tic, toc, crac. Con esfuerzo abro una ventana circular que da paso a una cavidad esférica anegada hasta la superficie por un agua fría, transparente como el cristal. La apertura facilita la entrada de luz escasa, que si bien logra iluminar las paredes a través del agua, no consigue evitar un ambiente de penumbra. Así aprecio lentamente que me he asomado a un mundo en miniatura, de paredes blancas y rugosas que despiden reflejos azulados, una sima silenciosa sin vida aparente en su interior. La sed me impulsa a beber de ese líquido frío y me sorprende un sabor apenas perceptible, ácido, dulce y seco, como el de algunas grappas italianas, aquel sabor que llaman mórbido. Y el interés en caracterizar esa sensación me lleva a la repetición de la experiencia de modo que cuando me he dado cuenta es tarde ya. La sima está vacía. Ahora puedo ver mejor las paredes, curvadas hasta el techo abovedado, donde al principio excavé el orificio por el cual accedí. Clavo mi herramienta sobre la superficie blanca que cede a la presión suavemente, con ese fino crepitar sincrónico de la nieve. Ese sonido se suma a la impresión de que ahora un viento glaciar circula por el vacío antes ocupado por el líquido, o tal vez es un aire cálido que se enfría por el contacto con las paredes. Toda la escena, junto al agua helada que ocupa ahora mi estómago hace que olvide por un momento que estoy a 28 grados todo el año.
      Sin duda, el agua de un coco helado es un regalo con forma de pequeño invierno para los países cálidos. Me evoca a esos mundos miniaturizados encerrados en peceras esféricas con paisajes nevados en su interior que adornan las mesas en Navidad, como el que escapa de la mano moribunda del ciudadano Kane. Son fotografías tridimensionales de escenas añoradas o mundos imposibles, no tanto porque no existan o hayan existido, sino porque no pueden ocurrir en nuestro espacio o en nuestro tiempo, como esas escenas públicas y a la vez privadas, festivas pero también melancólicas, tan eternas como singulares y efímeras como son los banquetes de Brueghel bajo los árboles otoñales o sobre suelos invernales.


No hay comentarios:

Publicar un comentario