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lunes, 25 de julio de 2011

LOVE IS IN THE AIR

          Entran con los ojos bajos, o miradas al cielo, sonrisas forzadas, o completamente circunspectos, arrastran los pies, o caminan como si pisaran huevos, y entonces empieza la confesión, a veces liberatoria, o una sarta de mentiras, las que se quieren creer, y hacer creer a sus mujeres. Solo fue una noche loca, o alcohólica, o es la primera vez o será la última; excusas para rehuir la aceptación de su deseo, de su debilidad. La soledad es peligrosa y la tentación abundante. Una copa de más, una palabra de más, un roce de más y ya es demasiado tarde. Clamidia, gonorrea, sífilis, tricomonas, pediculosis, sida o hepatitis B esperan su oportunidad de ser compartidos en un país donde la doble moral es la regla, y la ambición y la codicia material están muy por encima de la integridad o de la pureza del alma de sus fugaces parejas.
Describen o muestran sus síntomas y a continuación, la imperiosa necesidad de expiar, de contar su desliz, de sincerarse con su cónyuge, de prevenir contagios. Intentan arreglar con franqueza y antibióticos lo que la infidelidad ha manchado, sin distinguir que fidelidad y lealtad no son lo mismo, que solo los niños son inocentes por algún tiempo, y que los tropiezos sirven para devolvernos un trozo del lado oscuro de lo humano, y nos dan mayor profundidad y dimensión. Y me miran como si yo fuera un juez, o un cura y yo solo les recuerdo que la vida hay que verla en perspectiva, que los humanos flotamos al capricho de las circunstancias, que solo la voluntad nos defiende.
La voluntad, la risa o la imaginación nos elevan por encima de la naturaleza, que se mueve por impulsos; pero al final, lo animal es fuerte y lo humano frágil, y es la naturaleza la que se burla de nosotros.

lunes, 11 de julio de 2011

ESTAMPIDA EN VUNG TAU

       
Desde hace años adoro los documentales de animales; las coreografías de aparejamiento, los viajes de desove, los festivos nacimientos en masa de los alevines, de las tortugas o de los mosquitos, y los movimientos migratorios. Los ñus, que tiñen de negro el Kalahari, las rayas de las cebras, los caminares hieráticos de millares de flamencos rosados, con sus picos en forma de mano egipcia mirando a derecha o izquierda, o las siluetas celestes en punta de flecha de las grandes aves, o las oscuras nubes de los estorninos con sus vaivenes caprichosos. El movimiento es inherente a la vida, y en su estado natural, la migración de los animales guarda armonía y elegancia, incluso, cuando al cruzar el río, los leones empujan y los cocodrilos esperan el ineludible paso de sus presas.
Por contra, la estampida es un fenómeno caótico, que arbitrariamente asocio a lo humano, a la destrucción y a la muerte. La palabra delata al que la pronuncia. Así, son típicas las estampidas de vacas en las películas de género Western, o las de los elefantes en las epopeyas africanas. Pero las peores, las más patéticas, son las de los animales racionales. Mi regreso del fin de semana en Vung Tau fue una estampida humana, con cinco filas de coches en dos carriles, que empujaban con los morros o con los cláxones; motos adelantaban a derecha e izquierda, cruzando nuestro vehículo sin mirar, en contra dirección por ambos carriles (al final no sabía si el que iba mal era yo); coches aceleraban sobre charcos de lluvia como lagunas, y levantaban peligrosas olas que tiraban sobre los motoristas; accidentes por todas partes, el cuerpo tapado con la manta, los policías tomando medidas (¿de la caja?), la mitad del pueblo mirando, la otra mitad vendiendo frutas a los espectadores, colas de dos horas para tomar un ferry de dos minutos de trayecto (¿para cuándo un miserable puente?). Y me recordó el salvaje Oeste, cuando después del genocidio indio, el gobierno otorgó a colonos famélicos y codiciosos, las tierras que pudieran conseguir a la carrera, en estampida.
Del mismo modo, los conductores del país de la lluvia, los pequeños nuevo-burgueses que llenan resorts de lujo y restaurantes  caros, exhiben en la agresividad de los gestos, la absoluta falta de respeto y un hambriento egoísmo. En Vietnam llueve dinero desde hace tiempo, pero la cultura tardará años en llegar, y la educación, ese amable camuflaje de opiniones y defectos, muchos más.

sábado, 2 de julio de 2011

DÍGASELO CON FLORES

         Es un eslogan tan anticuado como el color sepia, o la legía el guerrero, lava la señora, lava el caballero, o como la sonrisa de Netol. Sin embargo sigue siendo una cuestión de importancia nacional. El cardo es la flor nacional de Escocia (por qué será), la hoja del arce aparece en la bandera de Canadá, y el madroño representa a Madrid junto con el oso. En Hanoi se conocen las estaciones por las flores que se venden en la calle, y el madrugador mercado de las flores es una atracción para quien lo visita. Así pasamos de la inocencia invernal del lilium albo, a la corta pero intensa primavera de la rosa roja, hasta detenernos en la serena y prolongada presencia del loto rosa, que nos acompaña durante todo el pegajoso verano. El gobierno de Vietnam ha efectuado encuestas para decidir cuál debe ser la flor que represente a la nación. Quizás acabe por sustituir a una bandera de signos prestados por los rusos, la hoz y el martillo sobre un baño de sangre, y los brazos en alto y los puños cerrados se transformen en palomas y sonrisas. Las encuestas han superado por 70 a 30 a las flores del cerezo y el melocotón en favor de la flor de loto rosada. Su hermana blanca no ha sido tenida en cuenta. Y es que la flor de loto rosada está llena de sorpresas, pues cuando se abre, su corazón es un intenso escenario amarillo alrededor del cual bailan los estambres, y sus pétalos carmín de garanza se aclaran hacia un rosado amable y delicioso. Buena elección pues la del pueblo vietnamita.




martes, 28 de junio de 2011

CISNE BLANCO, LAGO NEGRO

            Thanh Nien, próxima al mausoleo de Ho Chi Minh, es una carretera que divide el lago del Oeste de Hanoi y forma la ensenada de Truc Bach, una superficie en que las luces de los restaurantes provocan reflejos ondulantes, la gente pesca, mira el lago y vende molinillos de colores para los niños. Al atardecer, una manada de cisnes blancos a pedales, surca la superficie con rumbos cambiantes, a capricho de padres e hijos. Por la noche, los cisnes se vuelven negros, y refugian a parejas que comparten una intimidad a prueba de mosquitos, y ajena a la muerte. El amor romántico ignora a la dama negra, y por eso a veces la encuentra. No conozco lugar en el mundo donde los cisnes de pedales naveguen en las nocturnas aguas de un lago, en un país en el cual gran parte de la población no sabe nadar. La conciencia del riesgo aumenta con la edad, y Vietnam es un país de gente joven, muy joven. Más de 40 personas mueren cada día por accidentes de tráfico en este país que los japoneses invierten fondos en educación vial y construcción de carreteras. El gobierno quiere grabar la compra de vehículos con un impuesto que podría oscilar entre el doble y diez veces el precio de compra, "para limitar el incremento de vehículos circulantes”, pese a que en el Ministerio de Justicia levantan voces opuestas, alegando que atenta contra el derecho a la propiedad privada. También quieren multar a la sobrecarga de vehículos, aunque la motocicleta sigue siendo el vehículo de transporte familiar. Pero el paisaje que domina son motos con cinco pasajeros, los niños sin casco, sobrecargadas como hormigas, o que circulan a toda velocidad por las aceras (pobres peatones), los conductores hablando por teléfono, con cascos de juguete, y la mínima presencia, tan urgentemente necesaria, de transporte público.



lunes, 6 de junio de 2011

TAXI DRIVER, CUANDO LA PRISA MATA

          Tomo un taxi. Se incorpora a la circulación sin mirar. Un golpe metálico. Una moto bajo las ruedas. El taxista espera, dubitativo; mira por fin, un poco tarde. ¿Saldrá a comprobar que ha pasado? No tiene prisa. El taxímetro no corre si el coche no circula. Peor para él. Sale y ve como otro hombre ayuda a una mujer a levantarse del suelo. La moto no se ha roto. La mujer tampoco. Ni hola, ni lo siento ni adiós. Seguimos circulando. El claxon no para. El aire acondicionado me agrede. Los pasos de peatones no existen en la mente del conductor. Me temo que los peatones tampoco. Las motos sí, porque obstaculizan el tráfico. Los taxímetros se mueven a diferente ritmo según la compañía y el conductor. Hay que buscar compañías honestas, pero nadie está a salvo. Cuando tengo prisa tomo un Xe Om, un moto-hombre, o literalmente, moto-abrazo. Las moto-taxis son más rápidas que los taxis, porque circulan sobre las aceras, más baratas, más peligrosas. No llevan retrovisores. No miran. Salgo del taxi, congelado. Se me empañan las gafas por la humedad y la abismal diferencia de temperaturas, de la nevera al horno.
La conducción vietnamita refleja su carácter, o su escala de valores. Tú no me importas. No existes en mi mente. No tengo que hacer cola. Tú no estás ahí. Solo yo, yo, yo y después yo. Tal vez sea un estado previo al amor al prójimo. Primero necesito estar colmado para empezar a repartir. Buen principio en un país comunista, al menos en los carteles de propaganda, de diseños tan desfasados como la simbología que los adorna, porque la ideología, en la calle, no existe, o en todo caso, se llama prisa y dinero. En medio de ese mundo que se acelera cada día, de tanto en tanto, una vieja con la cara arrugada como una pasa, con la boca como un monedero de nuestra abuela, un diente arriba y otro abajo, lo justo para cerrarla sin que la abra el viento, bajo un sombrero de paja y vestida de colores intensos, circula en bicicleta, a cámara lenta. Transporta flores o fruta, pero también silencio, paciencia, perseverancia, humildad, y una sonrisa inagotable, la mueca afable del que lo ha comprendido todo o del que cree que no hay nada que comprender, solo vivir, seguir viviendo.







lunes, 23 de mayo de 2011

LA NOCHE Y EL MOVIMIENTO DE LAS FLORES

           El mundo de las flores es apasionante. Tal vez lo más sorprendente es como desafían su condición de inmovilidad con toda suerte de acontecimientos móviles. Desde el continuo crecimiento de sus tallos, la apertura de sus pétalos, el balanceo de sus estambres, el vuelo de su polen o la caída progresiva en un opaco estado de marchita languidez cuando alcanzan la madurez y la muerte. Una suerte de bailes diurnos y vespertinos que las hacen merecedoras de nombres encantadores, como los girasoles, los heliotropos o los dondiegos de noche, sin olvidar a las feroces plantas carnívoras.
Me vienen a la mente esas colecciones de féminas tan parecidas y próximas unas a otras como multiplicadas imágenes caleidoscópicas, dispuestas en las entradas de algunos locales, uno junto al otro, que llenan pequeñas plazas secretas, secretos a voces, en el distrito primero de Saigon. En cuanto cae la luz, se encienden los farolillos de seda, linternas ocres y rojas, y aparecen esos cuerpos aniñados en los sórdidos portales, con sus Ao Dai de vivos colores, como preciosos dondiegos nocturnos en medio de la maleza. En cada local exhiben unos tonos distintos, y recuerdan, en su conjunto, a los variados parterres de un romántico jardín inglés. El Ao Dai, el vestido que entallaron los franceses para resaltar la diminuta anatomía de las vietnamitas, ante cuyos cuerpos las francesas de la época debieron ser degradadas al mundo de los equinos. Frente a ellas transitan hombres de ojos semicerrados, por la raza o el alcohol, solitarios o en grupos, profundamente solos, con trajes tan oscuros como sus cabellos, mucho menos precavidos que Ulises ante sus cantos de sirena. Sentadas sobre un taburete alto, con la pierna cruzada, conversan entre ellas descuidadamente, recostadas hacia atrás o flexionadas hacia delante, pero en cuanto advierten la presencia de algún posible cliente reaccionan, solas o en grupo, con movimientos acuáticos, ondulantes y etéreos como las anémonas en un banco de coral, lanzando tentáculos invisibles de perfume y sonido, cantos que exaltan los sentidos y adormecen la voluntad. A ratos, esos moscardones de ojos irritados y miradas encendidas, osadías etílicas, la timidez anestesiada, caen en la trampa de Circe y son engullidos hacia el interior de los locales donde se vende compañía.


lunes, 16 de mayo de 2011

MEN ALONE, FOR MEN ONLY

Si bien las historias sobre mujeres, desde el principio de mi vida en Vietnam, me parecieron curiosas y atractivas, las historias sobre hombres han empezado a llamar mi atención no hace tanto, tal vez por ser más previsibles, tópicas o repetitivas. Y si las primeras las descubrí en la calle por sus rastros de perfumes, movimientos sinuosos de colores vivos, indicios de intenciones, rostros disimulados, perfiles equívocos, todo promesas o esperanzas, las segundas se me muestran en espacios cerrados, evolucionadas en el tiempo, como si hubiésemos abierto el libro por la mitad, más allá de la introducción, adentrados en el nudo, tal vez cerca del desenlace, de relatos de amor con final feliz, o con triste retrogusto, de tramas de redención, o apologéticas con final positivo, o negativo.
Son historias de hombres solos, donde el protagonista se muestra en la etapa de las consecuencias, con sus enfermedades de Afrodita, con frecuencia reincidentes o con sus ansias semiocultas de ver cumplidos, un poco tarde ya, sus más primitivos deseos. Aparecen con sus Evas de larga melena negra, cogidas de la mano, que intentan no convertirse en la mujer de Lot, o me hablan de un Adan desconocido que les atacó la retaguardia la noche anterior, errores de Noe al emparejar colores, edades o sexos, como los de una asistenta de hogar distraída, cuando despareja los calcetines familiares. Unos piden remedios, otros piden refuerzos, pero nadie parece dispuesto a renunciar al placer. Algunos añoran a sus familias, mientras sacrifican cumpleaños infantiles no presenciados, pero la oportunidad de un sueldo de expatriado es demasiado tentadora para renunciar a ella. Viven en habitaciones de hotel, lujosas en objetos, carentes de sonrisas cálidas, rodeados de artificiales protocolos de bienvenida y bufetes de desayuno multinacional. Pisan más pasarelas de avión que avenidas en las calles, entre despachos y relucientes coches choferizados. Otros han abandonado a su familia por una tentación más oscura y se pasean por el Sudeste asiático entre pastillas para el reuma y otras para alargar la erección. Les acompañan Lazarillos hembra, sustituto de hija y mujer a la vez, Lolitas asiáticas, que agradecidas por los regalos, les devuelven un cariño epidérmico, rápidamente devaluable o intercambiable.
A veces los observo en las barras de los restaurantes japoneses, con los palillos en la mano derecha y un comic en la izquierda. Una mujer se acerca y dice suavemente, do you need a girlfriend for tonigth? Son hombres solitarios, hombres solos, con sus historias solo para hombres.