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miércoles, 10 de agosto de 2011

VIVIR CON OJOS ABIERTOS

     Le digo al taxista que gire a la derecha, que tome la calle Le Duang en lugar de la calle Dien Bien Phu. El motivo es que a las seis y media de la mañana lleva menos tráfico. Pero también, que es una arboleda, y que pasa por delante de la catedral de Saigón. Y me pregunto si uno puede enamorarse cada vez, o cada día, de alguien o de algo que nos rodea, en cada destino al que vamos, para hacerlo más agradable, familiar o acogedor; crear un rincón de intimidad, una parcela de complicidad con un espacio, un objeto, un acto o un rito.
      En las últimas semanas he sufrido un intenso ataque de misantropía. Hace ya casi un año, cuando llegué a Vietnam, me sentí agredido por el clima, por el cielo gris, el calor continuo y la lluvia constante, agresiva, impertinente. Quedó superado por la experiencia y por la benigna y larga época seca. Ahora es la gente, su indolencia, su estulticia, su conducta descerebrada, ineducada, nuevo rica, paleta, la que me hiere, me repele. Por las mañanas miro el techo de la habitación y pienso, lárgate de aquí. Pero uno ya es veterano en mudanzas; casi podría tener mi propia empresa; y mantengo el timón firme o corro la tormenta emocional;  espero. Y por fin un día sale el sol, o en este país, mejor se oculta, pues aquí, el sol sobra tanto como el agua. Y entonces descubro que, casi sin darme cuenta, en las últimas semanas he creado nuevas rutinas, imágenes, personajes, sabores; ínfimos descubrimientos que, si me fuera, echaría de menos, como siempre demasiado tarde.
      La vida está repleta de pequeños duelos. La inquietud comercial de mi empresa ha puesto fin a mis viajes al norte, a Hanoi, donde a pesar de mi actividad social tirando a tímida, conseguí acercarme a un puñado de amigos. Pero también a un conjunto de imágenes y personajes, como los reflejos y las nieblas del lago del Oeste, o los paseos de las vendedoras de frutas y flores en bicicleta, o las comidas en el Metropol y los cafés concierto, y las cenas en el barrio de Nha Tho, la Notre Damme deshidratada, tamaño llavero, comparada con la verdadera. E incluso mis compañeras de trabajo en la clínica, las médicos francesas y holandesas, tan robustas por dentro como por fuera. Lo malo del duelo, es que como casi todo, lo lleva uno solo.
       Y entonces, he despertado de mi ostracismo voluntario en el que caí por ese cabreo existencial de baja intensidad que conlleva la neurosis de cierto abolengo. Había cerrado los ojos, había dejado de mirar con ojos de niño, esa mirada que en el adulto tanto exaspera a algunas mujeres que esperan en el subconsciente haberse casado con su padre, o con lo que representaba cuando ellas eran niñas, cuando se enamoraron de él, o de su apariencia de seguridad, y descubren que, o bien no conocían a su padre, o se han casado con un niño con bigotes y tarjeta de crédito, que no las escucha y se tira pedos.   
      Pero esa mirada curiosa, que nos regala poder sorprendernos con lo cotidiano, hacer descubrimientos en lo obvio, viajar por el planisferio de las asociaciones entre lo cercano y lo remoto, sobre todo cuando uno ha completado buena parte del puzle que representa el mapa de nuestra vida, esa mirada alimenta en buena medida la magia de vivir, del juego, de la fantasía. Es el área de nuestro espíritu que depositamos sobre lo que acontece, la luz con la que vemos, como una linternita, el desván ignoto del presente, y también la herramienta principal del escritor, y de todo aquel que quiera convertir lo habitual en único, excepcional o íntimo. Y cuando el color rosado, un carmín de Garanza, degradado en ocre y amarillo Nápoles, de los muros de la iglesia queda atrás, entre las motos, sonrío de nuevo y respiro mejor. Hoy ya no es un día cualquiera. Es un día especial.

lunes, 8 de agosto de 2011

VELATORIOS Y VELEIDADES

          El paseo marcial es una de esas visiones teatrales que aún quedan para demostrar hasta qué punto el ser humano permite ser alienado. Rostros largos, pasos más largos todavía, taconeo sobre las losas grises en una tarde de calor sofocante. Un guardia toca el pito cuando los turistas se acercan demasiado. Las coronas de crisantemos, con sus cintas multicolores, contrastan sus curvas aterciopeladas con las líneas del mausoleo neoclásico. El padre de la patria descansa y los soldados, vestidos de blanco, lo guardan. Gorras de plato, cintas rojas y doradas, rifles al hombro. Cambio de guardia a media tarde, con sus pasos y sus giros y sus gestos que pretenden sincronización y exactitud, bajo el rojo y la estrella. La escena aparece inmaculada y aburrida y solo un detalle me retiene allí. Un soldado fuera de lugar, se ha refugiado bajo la sombra de un árbol; es el único que parece relajado, está escribiendo algo en un papel, se saca un guante, mira el revolotear de una mariposa negra y sonríe. Sobre su figura se abren unas flores ambarinas que huelen a limón, y más allá, al fondo de la avenida, el relevo lejano ha abandonado el paso varonil por otro más natural y afeminado.  

lunes, 25 de julio de 2011

LOVE IS IN THE AIR

          Entran con los ojos bajos, o miradas al cielo, sonrisas forzadas, o completamente circunspectos, arrastran los pies, o caminan como si pisaran huevos, y entonces empieza la confesión, a veces liberatoria, o una sarta de mentiras, las que se quieren creer, y hacer creer a sus mujeres. Solo fue una noche loca, o alcohólica, o es la primera vez o será la última; excusas para rehuir la aceptación de su deseo, de su debilidad. La soledad es peligrosa y la tentación abundante. Una copa de más, una palabra de más, un roce de más y ya es demasiado tarde. Clamidia, gonorrea, sífilis, tricomonas, pediculosis, sida o hepatitis B esperan su oportunidad de ser compartidos en un país donde la doble moral es la regla, y la ambición y la codicia material están muy por encima de la integridad o de la pureza del alma de sus fugaces parejas.
Describen o muestran sus síntomas y a continuación, la imperiosa necesidad de expiar, de contar su desliz, de sincerarse con su cónyuge, de prevenir contagios. Intentan arreglar con franqueza y antibióticos lo que la infidelidad ha manchado, sin distinguir que fidelidad y lealtad no son lo mismo, que solo los niños son inocentes por algún tiempo, y que los tropiezos sirven para devolvernos un trozo del lado oscuro de lo humano, y nos dan mayor profundidad y dimensión. Y me miran como si yo fuera un juez, o un cura y yo solo les recuerdo que la vida hay que verla en perspectiva, que los humanos flotamos al capricho de las circunstancias, que solo la voluntad nos defiende.
La voluntad, la risa o la imaginación nos elevan por encima de la naturaleza, que se mueve por impulsos; pero al final, lo animal es fuerte y lo humano frágil, y es la naturaleza la que se burla de nosotros.

lunes, 11 de julio de 2011

ESTAMPIDA EN VUNG TAU

       
Desde hace años adoro los documentales de animales; las coreografías de aparejamiento, los viajes de desove, los festivos nacimientos en masa de los alevines, de las tortugas o de los mosquitos, y los movimientos migratorios. Los ñus, que tiñen de negro el Kalahari, las rayas de las cebras, los caminares hieráticos de millares de flamencos rosados, con sus picos en forma de mano egipcia mirando a derecha o izquierda, o las siluetas celestes en punta de flecha de las grandes aves, o las oscuras nubes de los estorninos con sus vaivenes caprichosos. El movimiento es inherente a la vida, y en su estado natural, la migración de los animales guarda armonía y elegancia, incluso, cuando al cruzar el río, los leones empujan y los cocodrilos esperan el ineludible paso de sus presas.
Por contra, la estampida es un fenómeno caótico, que arbitrariamente asocio a lo humano, a la destrucción y a la muerte. La palabra delata al que la pronuncia. Así, son típicas las estampidas de vacas en las películas de género Western, o las de los elefantes en las epopeyas africanas. Pero las peores, las más patéticas, son las de los animales racionales. Mi regreso del fin de semana en Vung Tau fue una estampida humana, con cinco filas de coches en dos carriles, que empujaban con los morros o con los cláxones; motos adelantaban a derecha e izquierda, cruzando nuestro vehículo sin mirar, en contra dirección por ambos carriles (al final no sabía si el que iba mal era yo); coches aceleraban sobre charcos de lluvia como lagunas, y levantaban peligrosas olas que tiraban sobre los motoristas; accidentes por todas partes, el cuerpo tapado con la manta, los policías tomando medidas (¿de la caja?), la mitad del pueblo mirando, la otra mitad vendiendo frutas a los espectadores, colas de dos horas para tomar un ferry de dos minutos de trayecto (¿para cuándo un miserable puente?). Y me recordó el salvaje Oeste, cuando después del genocidio indio, el gobierno otorgó a colonos famélicos y codiciosos, las tierras que pudieran conseguir a la carrera, en estampida.
Del mismo modo, los conductores del país de la lluvia, los pequeños nuevo-burgueses que llenan resorts de lujo y restaurantes  caros, exhiben en la agresividad de los gestos, la absoluta falta de respeto y un hambriento egoísmo. En Vietnam llueve dinero desde hace tiempo, pero la cultura tardará años en llegar, y la educación, ese amable camuflaje de opiniones y defectos, muchos más.

sábado, 2 de julio de 2011

DÍGASELO CON FLORES

         Es un eslogan tan anticuado como el color sepia, o la legía el guerrero, lava la señora, lava el caballero, o como la sonrisa de Netol. Sin embargo sigue siendo una cuestión de importancia nacional. El cardo es la flor nacional de Escocia (por qué será), la hoja del arce aparece en la bandera de Canadá, y el madroño representa a Madrid junto con el oso. En Hanoi se conocen las estaciones por las flores que se venden en la calle, y el madrugador mercado de las flores es una atracción para quien lo visita. Así pasamos de la inocencia invernal del lilium albo, a la corta pero intensa primavera de la rosa roja, hasta detenernos en la serena y prolongada presencia del loto rosa, que nos acompaña durante todo el pegajoso verano. El gobierno de Vietnam ha efectuado encuestas para decidir cuál debe ser la flor que represente a la nación. Quizás acabe por sustituir a una bandera de signos prestados por los rusos, la hoz y el martillo sobre un baño de sangre, y los brazos en alto y los puños cerrados se transformen en palomas y sonrisas. Las encuestas han superado por 70 a 30 a las flores del cerezo y el melocotón en favor de la flor de loto rosada. Su hermana blanca no ha sido tenida en cuenta. Y es que la flor de loto rosada está llena de sorpresas, pues cuando se abre, su corazón es un intenso escenario amarillo alrededor del cual bailan los estambres, y sus pétalos carmín de garanza se aclaran hacia un rosado amable y delicioso. Buena elección pues la del pueblo vietnamita.




martes, 28 de junio de 2011

CISNE BLANCO, LAGO NEGRO

            Thanh Nien, próxima al mausoleo de Ho Chi Minh, es una carretera que divide el lago del Oeste de Hanoi y forma la ensenada de Truc Bach, una superficie en que las luces de los restaurantes provocan reflejos ondulantes, la gente pesca, mira el lago y vende molinillos de colores para los niños. Al atardecer, una manada de cisnes blancos a pedales, surca la superficie con rumbos cambiantes, a capricho de padres e hijos. Por la noche, los cisnes se vuelven negros, y refugian a parejas que comparten una intimidad a prueba de mosquitos, y ajena a la muerte. El amor romántico ignora a la dama negra, y por eso a veces la encuentra. No conozco lugar en el mundo donde los cisnes de pedales naveguen en las nocturnas aguas de un lago, en un país en el cual gran parte de la población no sabe nadar. La conciencia del riesgo aumenta con la edad, y Vietnam es un país de gente joven, muy joven. Más de 40 personas mueren cada día por accidentes de tráfico en este país que los japoneses invierten fondos en educación vial y construcción de carreteras. El gobierno quiere grabar la compra de vehículos con un impuesto que podría oscilar entre el doble y diez veces el precio de compra, "para limitar el incremento de vehículos circulantes”, pese a que en el Ministerio de Justicia levantan voces opuestas, alegando que atenta contra el derecho a la propiedad privada. También quieren multar a la sobrecarga de vehículos, aunque la motocicleta sigue siendo el vehículo de transporte familiar. Pero el paisaje que domina son motos con cinco pasajeros, los niños sin casco, sobrecargadas como hormigas, o que circulan a toda velocidad por las aceras (pobres peatones), los conductores hablando por teléfono, con cascos de juguete, y la mínima presencia, tan urgentemente necesaria, de transporte público.



lunes, 6 de junio de 2011

TAXI DRIVER, CUANDO LA PRISA MATA

          Tomo un taxi. Se incorpora a la circulación sin mirar. Un golpe metálico. Una moto bajo las ruedas. El taxista espera, dubitativo; mira por fin, un poco tarde. ¿Saldrá a comprobar que ha pasado? No tiene prisa. El taxímetro no corre si el coche no circula. Peor para él. Sale y ve como otro hombre ayuda a una mujer a levantarse del suelo. La moto no se ha roto. La mujer tampoco. Ni hola, ni lo siento ni adiós. Seguimos circulando. El claxon no para. El aire acondicionado me agrede. Los pasos de peatones no existen en la mente del conductor. Me temo que los peatones tampoco. Las motos sí, porque obstaculizan el tráfico. Los taxímetros se mueven a diferente ritmo según la compañía y el conductor. Hay que buscar compañías honestas, pero nadie está a salvo. Cuando tengo prisa tomo un Xe Om, un moto-hombre, o literalmente, moto-abrazo. Las moto-taxis son más rápidas que los taxis, porque circulan sobre las aceras, más baratas, más peligrosas. No llevan retrovisores. No miran. Salgo del taxi, congelado. Se me empañan las gafas por la humedad y la abismal diferencia de temperaturas, de la nevera al horno.
La conducción vietnamita refleja su carácter, o su escala de valores. Tú no me importas. No existes en mi mente. No tengo que hacer cola. Tú no estás ahí. Solo yo, yo, yo y después yo. Tal vez sea un estado previo al amor al prójimo. Primero necesito estar colmado para empezar a repartir. Buen principio en un país comunista, al menos en los carteles de propaganda, de diseños tan desfasados como la simbología que los adorna, porque la ideología, en la calle, no existe, o en todo caso, se llama prisa y dinero. En medio de ese mundo que se acelera cada día, de tanto en tanto, una vieja con la cara arrugada como una pasa, con la boca como un monedero de nuestra abuela, un diente arriba y otro abajo, lo justo para cerrarla sin que la abra el viento, bajo un sombrero de paja y vestida de colores intensos, circula en bicicleta, a cámara lenta. Transporta flores o fruta, pero también silencio, paciencia, perseverancia, humildad, y una sonrisa inagotable, la mueca afable del que lo ha comprendido todo o del que cree que no hay nada que comprender, solo vivir, seguir viviendo.