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martes, 27 de noviembre de 2012

HELADOS DE PAPEL


             Recuerdo que en la plaza del pueblo, en la tienda donde vendían de todo, desde sandalias de esparto hasta Vodka de antes de la guerra, durante un corto espacio de mi infancia pude comprar helados de galleta, cucuruchos con su bola de color rosado, todo galleta, nada helado. Costaban un real, una moneda que la mitad de España ya no recuerda, en una época donde la moneda de cinco duros era un regalo importante para un niño, y la de cincuenta pesetas una pieza inmensa y pesada.
           Tardé muchos años en volver a ver esos helados de galleta, secos, tan ligeros que parecen de papel. Los reales, esas monedas perforadas, nunca las he vuelto a ver. En Saigón no hay reales, pero hay galletas de papel, tan frágiles y etéreas como las avecillas humanas que las pasean en sus bicicletas, ajenas a la prisa y al egoísmo.
 

 

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