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jueves, 22 de noviembre de 2012

CASARSE POR TERCERA VEZ…CON LA MISMA MUJER


Oficina número ocho a las ocho, departamento de Justicia, calle Pasteur. El mismo que nos envió a por una traducción oficial a la Casa del Pueblo en el centro de la ciudad, la misma que nos entregó un teléfono móvil para concertar una entrevista fugaz en un bar para conseguir un sello oficial, el quinto timbrado del mismo papel para oficializar nuestra partida de matrimonio española.

A las ocho la sala de espera está casi desierta. Las ventanillas están desiertas también. Tras ellas, en segundo plano, un tribunal de tres personas con los dedos cruzados, la mirada perdida, una sonrisa enigmática (¿sonríen?). Junto a ellos, un espejo de cuerpo entero. En la oficina hay dos, con su marquito de madera que forma un frontón neoclásico a modo de sombrero en la parte superior. ¿Para qué los querrán en una oficina del Departamento de Justicia? Los funcionarios nos miran apenas, toman nuestro recibo y nos sacan a la sala de espera. El de la izquierda despliega su herramienta de trabajo, un diario local, y lo lee sin prisas.

Dentro de la pecera funcionarial, una mujer deambula sin rumbo fijo entre las mesas con movimientos acuáticos, amortiguados en una desidia densa como el agua, la vista en su móvil, con cara de cefalópodo, de una languidez abúlica, envuelta en un vestido que podría ser el camuflaje de una ardilla que pretendiera ocultarse sobre una encina o una sepia en el fondo marino. Se acerca a las ventanillas (por fin), pero en el último instante cambia de rumbo y se escurre por una puerta lateral. Mira el móvil. Suspiro (ella). Cambia de dirección y vuelve a entrar en refugio de los apáticos. Suspiro (yo).

Al otro lado de la sala, un corpulento WASP lacto-epidérmico, el traje perfecto, la chaqueta sobre el hombro, (rigores del trópico) camisa blanca, (parece un vendedor de biblias de los testigos de Jehova, de esos que van por parejas sonando timbres) aplasta un papel contra un pincho con impaciente gesto intimidatorio frente a Registro de matrimonios. Espere su turno. Rostros aburridos dentro. Rostros desorientados fuera. Hace una hora que espero. No ocurre nada. Pasa el tiempo frente mostradores vacíos, vacíos, vacíos. Cabezas vacías. Corazones de caucho. No son distintos de los del registro civil de Barcelona. Me imagino un relato de Dickens, La casa desolada. En un escenario como éste todo es posible, hasta que tu mujer entre para entrevistarse y desaparezca para siempre, de una ventanilla a otra. Por eso, cuando sale me alegro. Solo necesitan una foto de nuestra boda. ¿De cuál? ¿La de Vietnam o la de Barcelona? No importa. Con un poco de suerte, en unos días Vietnam contará con un matrimonio mixto más. Inscribir o legalizar nuestro matrimonio después de cuatro años, dos hijas y una emigración es como recasarse, Siento como si revalidara la apuesta. Sí, la apuesta (¿acaso alguien está seguro de cómo le va a salir? Rojo o negro, como la ruleta, y en medio la banca es el abogado, (y la banca siempre gana). Siento cierta emoción en la reválida, ningún arrepentimiento. Buena señal.



 

1 comentario:

  1. Buenas,

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