Oficina número ocho
a las ocho, departamento de Justicia, calle Pasteur. El mismo que nos envió a
por una traducción oficial a la Casa del Pueblo en el centro de la ciudad, la
misma que nos entregó un teléfono móvil para concertar una entrevista fugaz en
un bar para conseguir un sello oficial, el quinto timbrado del mismo papel para
oficializar nuestra partida de matrimonio española.
A las ocho la sala
de espera está casi desierta. Las ventanillas están desiertas también. Tras
ellas, en segundo plano, un tribunal de tres personas con los dedos cruzados,
la mirada perdida, una sonrisa enigmática (¿sonríen?). Junto a ellos, un espejo de cuerpo entero. En la
oficina hay dos, con su marquito de madera que forma un frontón neoclásico a
modo de sombrero en la parte superior. ¿Para qué los querrán en una oficina del Departamento de
Justicia? Los funcionarios nos miran apenas, toman nuestro recibo y nos sacan a
la sala de espera. El de la izquierda despliega su herramienta de trabajo, un
diario local, y lo lee sin prisas.
Dentro de la pecera
funcionarial, una mujer deambula sin rumbo fijo entre las mesas con movimientos
acuáticos, amortiguados en una desidia densa como el agua, la vista en su
móvil, con cara de cefalópodo, de una languidez abúlica, envuelta en un vestido
que podría ser el camuflaje de una ardilla que pretendiera ocultarse sobre una
encina o una sepia en el fondo marino. Se acerca a las ventanillas (por fin),
pero en el último instante cambia de rumbo y se escurre por una puerta lateral.
Mira el móvil. Suspiro (ella). Cambia de dirección y vuelve a entrar en refugio
de los apáticos. Suspiro (yo).
Al otro
lado de la sala, un corpulento WASP lacto-epidérmico, el traje perfecto, la
chaqueta sobre el hombro, (rigores del trópico) camisa blanca, (parece un
vendedor de biblias de los testigos de Jehova, de esos que van por parejas
sonando timbres) aplasta un papel contra un pincho con impaciente gesto
intimidatorio frente a Registro de matrimonios. Espere su turno. Rostros
aburridos dentro. Rostros desorientados fuera. Hace una hora que espero. No
ocurre nada. Pasa el tiempo frente mostradores vacíos, vacíos, vacíos. Cabezas
vacías. Corazones de caucho. No son distintos de los del registro civil de
Barcelona. Me imagino un relato de Dickens, La casa desolada. En un
escenario como éste todo es posible, hasta que tu mujer entre para
entrevistarse y desaparezca para siempre, de una ventanilla a otra. Por eso,
cuando sale me alegro. Solo necesitan una foto de nuestra boda. ¿De cuál? ¿La
de Vietnam o la de Barcelona? No importa. Con un poco de suerte, en unos días
Vietnam contará con un matrimonio mixto más. Inscribir o legalizar nuestro
matrimonio después de cuatro años, dos hijas y una emigración es como
recasarse, Siento como si revalidara la apuesta. Sí, la apuesta (¿acaso alguien
está seguro de cómo le va a salir? Rojo o negro, como la ruleta, y en medio la
banca es el abogado, (y la banca siempre gana). Siento cierta emoción en la
reválida, ningún arrepentimiento. Buena señal.
Buenas,
ResponderEliminarNos gustaria invitarte a unirte a nuestro proyecto de literatura. Se llama Publize.com y es una red social para amantes de la literatura, en la que los escritores pueden darse a conocer o difundir su obra y los lectores encontrar cualquier tipo de lectura.
Te animamos a probarlo. Puedes darte de alta en www.publize.com, donde también podrás encontrar información. No hay que pagar nada ni dar tu cuenta ni nada por el estilo ;)
Saludos