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jueves, 7 de junio de 2012

NO HE COMPRENDIDO NADA


Hace años, mi madre me habló del epitafio en una tumba de un escritor conocido. Decía: no he comprendido nada. Tengo la impresión de que cuando deje Vietnam, ese será mi epitafio.
Será por aquello que dijo Lawrence Durrell, la manía judeocopta de la disección, que me gusta analizar la realidad, atomizarla, para luego reconstruirla como un mecano, regurgitarla tras una larga masticación y tragármela de modo definitivo, de forma digerible.
Pero es que en este pequeño y efervescente país hay tanta variable tan diferente a lo conocido, que necesitaría un ordenador más potente que mi cerebro para asimilarla.
La última noticia es que el gobierno, mediante un ultrafarragoso decreto ley, --no solo España gobierna a base de decretos ley--, va a entorpecer el comercio exterior, y probablemente el comercio interior legal.
El país tiene una economía sumergida impresionante. No creo que eso favorezca su desaparición. Los funcionarios del gobierno, las secretarías de mi oficina, las camareras y peluqueras auxiliares en los chiringuitos, se compran teléfonos de 600 dólares ¿Cómo lo hacen?
Sobrevivir cuerdo en el trópico, es complejo para mi mente inquieta, que huye del laiser faire. El estrés ante las decepciones de ayer y los imprevistos de mañana el calor, los aires acondicionados, los ruidos , me impiden el sueño tranquilo y reparador que me enfriaría el alma. Por ello, me muevo con una irritabilidad fácil, por lo pequeño, de tan repetido, por cualquier mínimo giro imprevisto. Ya lo dijo Joseph Conrad en su viaje al corazón de las tinieblas, lo más importante en el trópico es no perder la calma. Más allá solo hay salvajismo.

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