RIP. Requiem in pacem. Las mejores vistas de Barcelona, en la montaña de Montjuich, vistas al mar. Los cementerios forman parte del paisaje, como los sobrios y polvorientos cementerios amurallados de pequeños pueblos de secano, con sus cipreses toscanos, las flores secas, los concurridos cementerios urbanos de Estambul, algunos famosos por sus baños turcos y bares en los que fuman narguilé, los góticos cementerios checos, llenos de esculturas implorantes, cementerios como el de Comillas, del que asoma, blanca, una escultura de Llimona, o los cementerios vietnamitas, unos en los que se seca café o anacardos (cashews)en el suelo, entre las tumbas, otros llenos de tumbas de la guerra, todas iguales, o simples agrupaciones de tumbas de colores entre los campos de arroz. También hay cementerios falsos, paisajes de cruces en memoria de cuerpos no encontrados, o bien espacios esculpidos con cruces blancas, In memoriam. O cementerios acuáticos, sumergidos en las aguas del Mediterráneo, como las tumbas licias, con sus techos en forma de quilla de barco invertida, todas profanadas, en las aguas de Antalia.
Los camposantos son apenas una actividad del amplio negocio del morir. Funerales, velatorios, misas, crematorios, nichos, lápidas, urnas, esculturas, flores, coronas… todo un diccionario de términos muestra que morir es algo más complejo que el solo hecho de dejar de respirar. La actividad funeraria de la ciudad de Barcelona y de algunas de las principales ciudades españolas está en manos de una empresa de capital riesgo que compró a su vez a una empresa llamada Memora. Morir es negocio para muchos. El Ayuntamiento de Barcelona tal vez in extremis, vistas sus finanzas, hace tiempo que traspasó –vendió– sus acciones y convirtió a esa empresa de capital riesgo, de base inglesa, creo, en la accionista principal de la muerte en nuestra ciudad condal.
También en Vietnam morir es negocio. Aunque el inmobiliario mueve más todavía. Mientras el gobierno de Vietnam estimula la cremación por la falta de espacio, dicen, para ampliar o construir cementerios, o quizás por ser un método eficaz y económico de enterrar a los muertos, (ya lo pensaron los alemanes en 1940), una empresa de Hanoi, que estaba en vías de expropiación de un cementerio para construir edificios de oficinas, en una sola noche cubrió de arena un cementerio entero, sin dar tiempo a retirar los restos. La noticia, como tantas era solo medio cierta, pero me llamó la atención.
Mientras tanto, en algunos cruces de calles de Saigon y de algunas carreteras, observo pquenos templos de medio metro de altura, con el incienso ardiendo entre flores de plástico. Son templos a los muertos por accidentes automovilísticos, y los construyen en los puntos negros –como dirían nuestras autoridades de trafico– donde ha muerto un número no inferior a 20 personas.
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