Dicen que somos lo que comemos, aunque quizás también pueda decirse que somos cómo comemos. La visión del comer ha sido ensalzada o denostada con el ir y venir de los tiempos. En la filmografía antigua era raro ver comer, aunque frecuente beber o fumar. Ahora lo extraño es esto último, y en cambio se expone el acto de comer, se ensalza, se recrea. Las películas sobre la comida se multiplican, como si el fenómeno fuera algo novedoso, como si no lo hubiéramos estado haciendo desde el inicio de la humanidad, y de la historia del cine. Se le da un significado erótico en Nueve semanas y media;, romántico en Chocolat; caníbal en El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante o El silencio de los corderos, o en Y si nos comemos a Raul?; decadente en La grand Buffe o en El delicioso encanto de la burguesia; psicoanalítico en Deliciosa Marta o Come, ama, reza; biográfico en Comer, beber, amar; cultural trans-especie en Ratatouille; místico en El festín de Babette. La lista es larga.
En cualquier caso, no recuerdo haber escuchado el chapoteo de unas fauces humanas sobre ninguno de los cientos de platos que desfilan en películas o novelas, ni siquiera (quizás me falla la memoria) cuando los hombres lobos o vampiros muerden los cuellos de sus víctimas. Solo a los zombis se les permite el alarde de mal gusto, pero es coherente, forma parte de la apuesta, del attrezzo.
Por ello me sorprende todavía que Vietnam coma con la boca abierta, chapoteando cada bocado como el que pisa un charco, las mandíbulas chasqueando sobre la comida como el chico en el suelo mojado tras un día de lluvia. Lo hacen los niños y lo enseñan los padres. Cuanto más elevada es la escala social, (empresarios, bellas damas, médicos) más me choca la mala costumbre. Y no influye en ello el número de latas de cerveza ingeridas, pues el chapoteo se inicia con los preliminares de la comida, ya desde los cacahuetes.
A mis conocidos vietnamitas les falta un poco de refinamiento. Pero eso no se compra con dinero. Los diamantes, las blusas de satén, de gasa, o de creppe, los cinturones de firma o los complementos de metales preciosos y pieles raras no ensordecen los chapoteos. A ellos no les afecta, pues no los oyen o los comparten como un mantra masticatorio, quizás destinado a aumentar la palatabilidad, a incrementar la secreción salivar, a oxigenar el contenido oral con función antibacteriana o con el efecto del decantamiento de un vino, pero a mí solo me decanta a la persona por el barranco del mal gusto, y como mi cobardía me impide hacerles la observación, me limito a acompañar sus comidas, sin volumen, con cierta compasión y desagrado, hasta que me olvido.
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