Será la
madurez, o la proximidad a seres adorables como mis hijas y mi mujer, pero lo
cierto es que el sentimiento se repite: Tengo necesidad de dar más besos, miles
de besos. Y abrazos, todos y más.
Querer a los que tienes
cerca, a los tuyos. A los demás... también… si te queda tiempo.
En estos días de
vacaciones el paradigma es la huida, la indulgencia o para algunos el reto; Un
reto enlatado durante el año que espera desenlatarse en las vacaciones. Pero
las vacaciones no son dulces para todos.
Leo la muerte de una
joven. Siempre es una noticia triste pero más aún si es en su luna de miel.
¿Qué cara le queda al que se queda, cuántas veces se preguntará: y si...y si
no...? A una pareja que se le ocurre viajar a Alaska e ignora la fuerza de la
naturaleza, esa fuerza que Melville o Faulkner o Hemingway conocían bien. La
belleza y sus peligros. Y esa pareja se inspira en una historia de Kerouak. Una
historia que acaba con la muerte. ¿Cómo pudo inspirarles ese viaje? Un viaje
que ha acabado con la muerte.
La necesidad de huir de lo
cotidiano nos hace enfrentarnos a situaciones para las que nadie nos preparó.
Riesgos innecesarios, a veces fatales.
Desde Saigón y sus 10
millones desde los atascos y las aglomeraciones rezo por ellos ruego porque
todos practiquemos más la aceptación, amemos lo próximo tanto como lo lejano.
Abracemos la suerte que tenemos de seguí ahí, vendo crecer a nuestros hijos, a
nuestros árboles. Placeres lentos, pero también emocionantes si se aprende a
disfrutarlos, si cultivamos la sensibilidad hacia lo lento y silencioso, hacia
lo cotidiano.
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