Por la mañana temprano, cuando me levanto, soy dueño del silencio. No me
entristece, al contrario, me encanta. Pero lo disfruto cuando no estoy solo. El
silencio es parte esencial de la buena música, y por lo tanto debe de tener
cerca al sonido. Cuando todos duermen (mis hijas en posturas preciosas que
harían las delicias de Balthus, el pintor de la inocencia perdida), mi mujer
acurrucada contra un cojín (el sustituto adulto del muñeco de peluche), el
silencio es un tesoro por lo frágil, lo transitorio; un placer efímero. En
cambio, las raras veces en que estoy solo, el silencio es la voz de la soledad,
un suspiro fúnebre que muchos hallan insoportable y combaten con el ruido de la
lavadora, con música o con mascotas, o en casos extremos, como en el cuento de Truman
Capote, inventan un invitado imaginario, un fantasma, aunque les dé miedo. Los
que ni así lo soportan salen de casa, vagabundean por centros comerciales o por
las calles; acuden a cursos o a bares donde la compañía y el sonido se alquilan.
Pero el silencio a ratos, a sorbos, es una experiencia deliciosa. Tuve una
época de silencios cómplices junto a compañías no solicitadas, cuando visitaba
museos y me cruzaba con seres anónimos que, en silencio, compartían emociones
parecidas a las mías sobre las obras expuestas. Imagino que es uno de los
atractivos de los templos, a donde la gente acude a disfrutar del silencio en
compañía de otros, no tanto de las voces de falsos profetas.
La vida en oriente me ha enseñado que hay otro silencio, el de lo no dicho.
Me refiero al secreto, lo que nunca te diré, (como decía en otro lugar, la
vergüenza es la caja fuerte de nuestros miedos o traumas); o a la palabra
postergada, no es el momento (los vietnamitas nunca abren los regalos delante
de sus invitados, para no incomodar con la decepción o el agradecimiento
excesivo); o a la ira callada: te castigo con un silencio ácido que puede durar
días.
En cualquier caso, dicen que somos dueños de nuestros silencios, esclavos
de nuestras palabras. A veces es mejor guardar silencio.
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