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miércoles, 17 de octubre de 2012

PROGRESO ASIATICO


             ¿Progresa Asia? Primero habría que aclarar a muchos qué es Asia, porque parece que Asia sea solo China, y eso me recuerda a lo del mapamundi de Bilbao.

            ¿Progresar es crecer? Si progresar es crecimiento económico, China y Vietnam han progresado mucho en los últimos años. Malasia ha progresado, o al menos su capital Kuala Lumpur. Sin embargo no veo el eco del progreso en mi vida diaria en Saigón. El crecimiento que no se traduce en beneficios para los ciudadanos no debería llamarse progreso. Eso es éxito económico de unos pocos. Parece que el primer mundo ha intentado siempre organizar al resto, en realidad colonizarlo, controlarlo desde los cañones en el siglo diecinueve y desde los organismos internacionales como el FMI o el Banco Mundial en el siglo XX y XXI. Cuando un país crece, aumenta también su capacidad de endeudamiento, y cuando se endeuda, es controlable. Bruselas, Alemania, los hombres de negro, la troica, dan ganas de mandarlos a todos al carajo con un corte de manga. Pero les pedimos dinero y nos ponen condiciones.

Las civilizaciones crecen y luego se hunden, eso dice la historia, Angkor Tom es un ejemplo. Las ciudades se desarrollan, como Bangkok, Hong Kong o Kuala lumpur. Trenes aéreos, facturación de equipajes y tarjetas de embarque desde el metro en la ciudad, con pasaporte y moneda propia y rascacielos por miles como Hong Kong, una China de primera, al margen del resto, pero son islas de progreso, como Kuala lumpur, el resto del Malasia languideciendo en la pobreza.

Cuando veo la senda del gobierno español, con sus medidas de austeridad para los demás, que no para ellos, apenas veo diferencia en la actitud moral con el gobierno de cualquier dictadura, no importa el signo, (¿acaso lo tienen realmente?) y comprendo que el progreso que ha logrado España en cuarenta años es frágil, y me imagino la involución del imperio romano hacia una edad oscura, de miedo, de pobreza y desconfianza. El progreso no se aguanta sobre lo material, en el bien de unos oligarcas, sino sobre un bienestar compartido, no en una sopa boba estatal ni en un codicioso crecimiento de oportunidades fugaces. Ahora llegan tiempos difíciles donde deberemos reconstruir el valor del trabajo y luchar por nuestros derechos sociales contra gobiernos parásitos, (tampoco importa el signo ni la nación, todos han dado muestras de serlo).

También ha llegado la crisis a Vietnam, y se la ha ganado a pulso. La inversión extranjera ha caído en picado (más de un 30% desde el año pasado) en un país donde los peajes no hacen sino empezar una vez cruzada la frontera. Pero eso no es lo único. La dificultad para encontrar gente local preparada, o de crear equipos estables, de trabajar con gente comprometida, con capacidad de crear valor perdurable, se unen a un crónico déficit en infraestructuras que choca con la proliferación de multimillonarios garrulos y ostentosos.
            A día de hoy, en un país con un clima tropical que permite tres cosechas de arroz al año, cultivar boniato en los terrenos hiperproductivos del sur no resulta rentable a las fábricas de piensos del norte por los costes del transporte, y acaban comprando la materia prima a China. Los dieciséis mil muertos por accidente de tráfico el pasado año, misma cifra de hace cinco años, no parece alimentar el ansia de crear transportes públicos en las grandes ciudades o un tren de alta velocidad que pulverice las 48 horas que son necesarias para viajar desde Saigón a Hanoi. La afluencia de capital y su circulación no equivalen a progreso. No hasta que dejen de atropellarte por la acera o en los pasos de cebra, hasta que el ánimo colectivo sea de respeto y solidaridad, y no de depredación indiferente.

 
 
 


 

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