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lunes, 1 de octubre de 2012

CUANDO UN AMIGO SE VA


Cuando un amigo se va, algo se muere en el alma. No se trata de hacer literatura de la muerte, sino de la vida. La vida es yin y yang, vacio y plenitud, apogeo y decadencia seguida de renacimiento o de nada. En la distancia el sentimiento no mengua. El duelo es el mismo. Las lágrimas son saladas. La saliva seca y amarga. Entonces pienso en la matriz vital, en que cuando pensamos en alguien nos conectamos con él. La muerte de Alesandro es un golpe que estrangula la garganta y el pecho, y por un momento hasta las ganas de vivir. Queremos ir con él. No dejarlo solo, que no nos deje solos. Después de la incredulidad y la rabia tendremos la oportunidad de honrarle recordando los mejores momentos juntos. Yo al menos solo recuerdo buenos momentos, pese a sus dificultades, y a las mías. En un periodo de desvertebramiento del país, de la moral, del paradigma, muere joven, muy joven, un auténtico señor. Porque señor es el que predica la buena educación y la bondad, la generosidad y la ternura desde el gesto, sin palabras, con la mirada cariñosa, acogedora, eterna. Se fue de repente, sin avisar, avivando la perplejidad ante el absurdo, el implacable fenómeno del azar. O tal vez fue su destino, qué más da. Adiós Alesandro. Te vas pero seguirás aquí, al menos por un tiempo, entre los que te queremos.

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