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miércoles, 17 de octubre de 2012

EL VALOR DE LOS SIMBOLOS


            El valor de los símbolos se diluye como lágrimas en la lluvia de Saigón. Desde la distancia, sin la presión del entorno, pasan fechas memorables y, días más tarde, recuerdo el significado que les daba antes, con cierto sentimiento de falta, como ante el olvido de un compromiso importante. El once septiembre, la diada de Cataluña, el veintitrés, la patrona de Barcelona, el doce de octubre, día de la hispanidad, y así tantas fechas que me pudieran haber, sino emocionado, sí robado cierto tiempo de reflexión en otras épocas. La vida en un entorno ajeno da una oportunidad para enaltecer lo añorado o para olvidarlo por completo y renacer más libre, sin ataduras, sin recuerdos, sin condicionamientos.

Ahora desde Vietnam, vivo el nacionalismo catalán con preocupación, con tristeza, con vergüenza ajena por el triste espectáculo que supone volver a dejarse engañar por los que expoliaron la administración catalana. Usan por igual nación, estado, soberanía, autogobierno, independencia como si significaran lo mismo, y animan desde el poder político a un camino separatista de corto recorrido, y que en caso de que prosperara, convertiría en cenizas toda esperanza de mejora de la situación económica de Cataluña a corto y medio plazo. ¿Es que nadie se da cuenta? Muchas voces se alzan a favor o en contra con datos económicos en la mano. ¿No somos capaces de imaginar juntos un destino mejor? Es evidente que hay que cambiar el modelo, y que los aupados al gobierno de España por el descontento general hacia el partido previo no parecen dispuestos a romper la baraja.

            ¿Por dónde empezar? ¿Listas abiertas? ¿Mandatos más cortos? ¿Reducción de cargos políticos, que no públicos? ¿Cómo convencerles? ¿Alguien con valor y honradez allí arriba, en las cumbres del poder? Poco probable. No les pedimos que sean brillantes, solo un poco más honrados, y sobre todo, que se despojen de su cínica falta de empatía. Señores y señoras, un poco de sensibilidad hacia los que les sentaron en su silla, que lo están pasando mal. Ustedes NO lo están pasando mal. Sin embargo no podemos esperar milagros. Stefan Sweig escribía de la monarquía borbónica, pongo a ésta por ejemplo pero pudiera quizás hacerse extensivo a otras monarquías y clanes de poder, que no se destacó por su agradecimiento hacia quienes les restituyeron en el trono. Forma parte del hechizo del poder la firme convicción de que nadie mejor que quien lo ostenta puede seguir haciéndolo. ¿Cómo evitarlo?
            Mientras, en Vietnam, el partido comunista, un buen nombre para una organización jerárquica que gobierna una república socialista, aunque en realidad es nacionalista, donde pagar impuestos del 30% no te da derecho a nada, donde sus ciudadanos deben costearse una educación raquítica e inútil y una sanidad nada equitativa y de cobertura anémica, donde no tienen pensiones, país unido bajo la fotografía descolorida y naftalínca de un hombre que debió ser ejemplar en su momento pero que no dejó ejemplo alguno a las generaciones actuales, el partido comunista ha debido llamar la atención a sus funcionarios de alto grado para que restrinjan sus bodas a 600 invitados. Ya decía JF Revel que no hay arma más poderosa que la mentira, pero la mentira sin abono no crece, y ahora parece que el pueblo está  más que abonado.



 

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