El valor de
los símbolos se diluye como lágrimas en la lluvia de Saigón. Desde la
distancia, sin la presión del entorno, pasan fechas memorables y, días más
tarde, recuerdo el significado que les daba antes, con cierto sentimiento de
falta, como ante el olvido de un compromiso importante. El once septiembre, la
diada de Cataluña, el veintitrés, la patrona de Barcelona, el doce de octubre,
día de la hispanidad, y así tantas fechas que me pudieran haber, sino
emocionado, sí robado cierto tiempo de reflexión en otras épocas. La vida en un
entorno ajeno da una oportunidad para enaltecer lo añorado o para olvidarlo por
completo y renacer más libre, sin ataduras, sin recuerdos, sin
condicionamientos.
Ahora desde
Vietnam, vivo el nacionalismo catalán con preocupación, con tristeza, con
vergüenza ajena por el triste espectáculo que supone volver a dejarse engañar
por los que expoliaron la administración catalana. Usan por igual nación,
estado, soberanía, autogobierno, independencia como si significaran lo mismo, y
animan desde el poder político a un camino separatista de corto recorrido, y
que en caso de que prosperara, convertiría en cenizas toda esperanza de mejora
de la situación económica de Cataluña a corto y medio plazo. ¿Es que nadie se
da cuenta? Muchas voces se alzan a favor o en contra con datos económicos en la
mano. ¿No somos capaces de imaginar juntos un destino mejor? Es evidente que
hay que cambiar el modelo, y que los aupados al gobierno de España por el
descontento general hacia el partido previo no parecen dispuestos a romper la
baraja.
¿Por
dónde empezar? ¿Listas abiertas? ¿Mandatos más cortos? ¿Reducción de cargos
políticos, que no públicos? ¿Cómo convencerles? ¿Alguien con valor y honradez
allí arriba, en las cumbres del poder? Poco probable. No les pedimos que sean
brillantes, solo un poco más honrados, y sobre todo, que se despojen de su
cínica falta de empatía. Señores y señoras, un poco de sensibilidad hacia los
que les sentaron en su silla, que lo están pasando mal. Ustedes NO lo están
pasando mal. Sin embargo no podemos esperar milagros. Stefan Sweig escribía de
la monarquía borbónica, pongo a ésta por ejemplo pero pudiera quizás hacerse
extensivo a otras monarquías y clanes de poder, que no se destacó por su agradecimiento
hacia quienes les restituyeron en el trono. Forma parte del hechizo del poder
la firme convicción de que nadie mejor que quien lo ostenta puede seguir
haciéndolo. ¿Cómo evitarlo?
Mientras, en Vietnam,
el partido comunista, un buen nombre para una organización jerárquica que
gobierna una república socialista, aunque en realidad es nacionalista, donde
pagar impuestos del 30% no te da derecho a nada, donde sus ciudadanos deben
costearse una educación raquítica e inútil y una sanidad nada equitativa y de
cobertura anémica, donde no tienen pensiones, país unido bajo la fotografía
descolorida y naftalínca de un hombre que debió ser ejemplar en su momento pero
que no dejó ejemplo alguno a las generaciones actuales, el partido comunista ha
debido llamar la atención a sus funcionarios de alto grado para que restrinjan
sus bodas a 600 invitados. Ya decía JF Revel que no hay arma más poderosa que
la mentira, pero la mentira sin abono no crece, y ahora parece que el pueblo
está más que abonado.
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