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viernes, 3 de agosto de 2012

ME ARRODILLO ANTE LOS DETALLES

                Soy incapaz de escribir en medio de ese ya adentrado cambio de estación seca a la húmeda. Sigo en la tesitura en que me pesan las manos, los dedos flaquean, los párpados caen, las pupilas se desenfocan. La humedad es el peor enemigo de la medicina china, lo que cuesta más de eliminar, se aplican agujas, ventosas, moxas o se administran pócimas de hierbas en decocción. La humedad se asocia al Parkinson, al ictus, a los tumores, a la grasa y a la esquizofrenia. La humedad la causa el ambiente, pero también la dieta, la grasa, el alcohol, o las emociones tóxicas, en especial las obsesiones. Y yo vivo en un país húmedo, muy húmedo indeed.
                Hubo quien me dijo que el inglés era un lenguaje pobre en vocabulario comparado con el español. De hecho es posible distinguir en internet facciones de individuos defendiendo la cantidad de vocablos o expresiones de uno y otro idioma, como si fuera algo relevante. En una de esas páginas web, un tipo moderado argumentaba que el inglés, influido por igual por el latín y la lengua germánica, duplica términos para expresar lo mismo, mientras que el español, gracias a la flexibilidad sintáctica, los subjuntivos y los verbos ser y estar, puede expresar muchos matices que en inglés requieren palabras distintas. Así, el hombre venía a contar 200.000 términos en un diccionario escolar inglés, frente a 100.000 en uno español, aunque reconocía que el ciudadano culto dominaba solo unos 20.000 y que es posible comunicarse en una lengua con tan solo 1000. Dicho eso, yo debo ser uno de los que usa apenas 1000 vocablos para comunicarme en inglés, porque de pronto descubro palabras que me maravillan y me asombro de mi ignorancia.
                Y hablando de humedad, mi estado físico estaría entre lánguido (languid, listless, limp, lackadaisical–¿no es una palabra maravillosa?– ,quaggy) y pantanoso (swampy, marshy, boggy, sloughy)
                Y si he caído en esta pequeña digresión no ha sido más que para introducir un comentario sobre el uso de los detalles en la literatura. Sin vocabulario no hay detalles. He tenido la suerte de leer un par de libros donde el empleo del detalle es magnífico. Una historia es truculenta y terrorífica, Meridiano de sangre, de Cormack McCarthy. Pensaba dedicar un post a este libro, porque se lo merece. Tal vez lo haga. El autor se entretiene en detalles como la apariencia de una escopeta a la que cortan los cañones, todo un símbolo en una historia donde todo Cristo corta cabezas, cabelleras y genitales, tan bella con su estuche y complementos de peltre que el mismo herrero se niega a mutilarla. También nutre el relato con una descripción de la flora y fauna del desierto de la frontera de México y de los fenómenos atmosféricos que en él tienen lugar, con un efecto casi mantrico. Por el contrario en El buen soldado, de Ford Madox Ford, el detalle es desplegado con una irónica elegancia que logra convertir en verosímil y visible la idea más absurda. Es simplemente genial. Os recomiendo ambas lecturas, aunque para el tórrido verano español, mejor empezar por esta segunda, y dejar, para cuando los ánimos estén más refrescados, la segunda. A mí solo me queda reconocer que ante tamaños autores, y en concreto ante estas obras, me entran ganas de arrodillarme y plegarme hacia adelante.

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