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lunes, 12 de diciembre de 2011

UN DOMINGO DE DICIEMBRE, JUNTO AL LAGO

             Camino junto a Ho Tay durante una hora y media y apenas recorro una pequeña porción de su sinuoso perímetro. La luz cambia conforme el cielo se cubre de nubes, y la superficie se agrisa y espejea metálica las siluetas rectangulares de los rascacielos de Hanoi, cada vez más abundantes. El olor a agua estancada, pescados podridos y escamas, se mezcla con el humo las hogueras, con el piar abocinado de las pollas de agua y el graznido afónico de las ocas. Los sauces llorones, cuyas ramas vi desnudas un año antes, se cubrieron de verde en Junio y ahora, enredadas de telas de araña, mueren de nuevo, incapaces de dar sombra a los que toman café, las siluetas negras recortadas frente al lago pálido. Animados por un deseo incombustible, los pescadores persisten en sus labores desde tierra, o sumergidos en el agua hasta la cintura. El mercado del templo budista vende comida e incienso para las ofrendas, y a la salida, puestos de gambas en gabardina, y caracoles, para alimentar algo más que el alma. Los berbiquís y las piquetas de casas en construcción no se interrumpen en domingo, y mujeres vestidas con pijamas de colores brillantes chapotean en el cemento bajo los esqueletos de las nuevas viviendas de Chiputra. Algunas motos y bicicletas se detienen en espacios solitarios, y los conductores las besan sin que ellas se dejen. Otras parejas, dos mujeres en este caso, una con chaqueta naranja, la otra roja, se fotografían mutuamente, con movimientos pajariles, en un cortejo lésbico, como de Milan Kundera. Lesbos está presente en los parques y casas de masaje, y las mismas manos que buscan propina en la cadera de los hombres, exploran posibilidades en la entrada femenina. No gracias. O sí, ¿por qué no? El parque de atracciones abandonado, o casi, proyecta la sombra circular de la noria sobre una extensión de hojas de loto que se secan por millares, y sus tallos dibujan sombras como alambres retorcidos sobre el agua. Una radio suena en el comedor de un restaurante dominguero, un antiguo barco carguero. Esculturas romanas en esbelta curva praxiteliana, se muestran ajenas, casi altivas al abandono al que las someten sus dueños, y los matorrales crecen a su alrededor, como espíritus errantes. En medio de una quietud placida, entre silencios interrumpidos, así me siento yo, un domingo de diciembre, después de un año completo en Vietnam, la música de Arvo Part en mis oídos, Spiegel im Spiegel, el espejo en el espejo, miles de reflejos, de imágenes caleidoscópicas, unas alegres, otras no tanto.




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