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martes, 6 de diciembre de 2011

LA AVIDEZ DE LOS LEONES


Las once de la noche. Volvemos a casa en un taxi. Una moto pasa y su pasajero hace un gesto. El taxi se detiene en medio de la gran avenida. La moto se ha parado 30 metros antes. Porque no son ellos los que tienen que esforzarse en negociar. El taxista nos deja dentro del vehículo, el taxímetro corriendo, (por suerte apenas corre cuando el coche no circula). Negocia con los leones, afeminados, caprichosos, ceñudos, codiciosos, corruptos, los cascos blancos, los uniformes ocres como los edificios oficiales, sus efigies de piedra y cascos de Pericles, la bandera roja ondeando sobre ella, recordando la victoria (o derrota?) de Dien Bien Phu, herencia de la ocupación francesa, quizás los trajes también, de la legión francesa. ¿Qué ha ocurrido? Me desplacé al carril de giro unos metros antes…La tarifa ha subido un 25%. Se han llevado 200.000 dongs del conductor, uno de la más antigua compañía de taxis de Saigón, la primera que abandonó los ciclocarros por los coches. Todavía incrédulo por el sablazo, el conductor no sabe si enfadarse o reír. Y es que en el nuevo Vietnam, cada uno intenta incrementar sus ingresos por vías paralelas, no declaradas, no tributadas, no cuantificadas en las estadísticas. Todos los días las motos invaden las aceras en manada, contra dirección, o cargan cuatro pasajeros, la mayoría sin casco, o sin la edad adecuada (bebés, sin más protección que el abrazo de sus madres y una tela mosquitera en la cabeza), o cargan sustancias peligrosas (bombonas de butano) o imposibles (neveras en posición vertical, cristales de dos metros). Pero eso no importa, no es negocio. Es mejor parar a un taxi con pasajeros dentro, en medio de la carretera, como un búfalo enfermo en medio de la sabana, cazado por leones, igual que ellos, por parejas o en manada.

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