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miércoles, 14 de diciembre de 2011

SHELLS AND SNELLS

En la calle Thai Van Lung encontramos el restaurante Skewers, mono con buena iluminación, y presentación graciosa. También, en una esquina, la tienda Veggies, que ofrece tomates corazón de buey y sacos de rúcula fresca, y me revive el Mediterráneo. Pero lo que más aprecio en las últimas semanas es un restaurante fantasma.
No tiene nombre. Al atardecer, hacia las cinco, se planta en el final sin salida de la calle, frente a un taller de impresión que rechina todo el tiempo, una pareja que descarga de un camión los víveres y los hornillos, los deposita en la acera y los cocina. Sin señales ni anuncios, en los coches van llegando, o en las motos, vietnamitas de traje o de uniforme, chicas con relojes caros, parejas, familias o banqueros. Todos se acuclillan en pequeños taburetes de plástico en torno a mesitas de juguete, junto a las cuales dejan un cubo metálico. Es para las cáscaras. Un cubo, qué exageración, pensé el primer día. Las sombras de los comensales solo se distinguen por la mísera luz anaranjada de las farolas de la calle. Las recetas sorprenden por su complejidad y su resultado. Turritelas a la leche de coco, berberechos marrones con salsa de judía roja y pimienta, ostras con cacahuetes, navajas a la plancha, bígaros de diversas especies al tamarindo y carne magra, o almejas al vapor con lemon grass. Las conchas surcadas o helicoidales se amontonan en la mesa hasta que caen en el cubo con ruido de cristales rotos, y la camarera, que pulula entre un número creciente de mesas, repone con nuevas ofertas. No tienen pan, pero puedes comprarlo al repartidor que espera junto a una bicicleta aparcada, una cesta inmensa en su asiento trasero, su barriga casi tan grande como aquella; ¿Por qué no se cae? (Como diría Buggs Bunny, va en contra de la gravedad, ya lo sé, pero es que no fui a clase ese día…). Conchas y caracoles atraen a todos los vietnamitas, una comida de aspecto frugal, cocinada con creatividad sorprendente, y que al final, llena los estómagos sin apenas vaciar los bolsillos. Tras un apogeo caótico de cabecitas juntas en la oscuridad sobre los centelleantes cascos espirales de sus víctimas, a eso de las siete, las existencias del día se acaban, los comensales desaparecen, y el restaurante se desvanece hasta la tarde siguiente.


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