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martes, 7 de diciembre de 2010

LA FIDELIDAD DEL ARROZ Y EL PHO AVENTURERO

El hábito de comer arroz está tan arraigado en Vietnam que la expresión “an côm”, comer arroz hervido, es sinónimo del verbo comer. Si va seguido de la palabra mañana, mediodía o noche, entonces equivale a desayunar, comer o cenar.
El arroz está presente en la vida publica y privada. Los mercados tienen paradas de arroz, donde puede adquirirse el de diferentes países, como el japonés, parecido a la variedad bomba (¿por qué será?), el tailandés, fino y esbelto como sus mujeres, el arroz chino, perfumado al jazmín, el arroz pegajoso, tan apreciado en Vietnam, en alusión al barro de sus campos, sin brillo, pequeño e irregular, el arroz roto, mutilado de guerra de las cosechas pero igualmente apreciado y rescatado para el paladar de los saigoneses y finalmente los coloridos sacos de arroces salvajes o sin descascarillar.
Igualmente llamativo es el arroz pegajoso y dulce teñido de color café, naranja y guisante que sirven en los carritos de la calle y con el que confeccionan bonitos pasteles.
En la vida privada el arroz no es menos importante y toda casa que se precie tendrá en su cocina una arrocera eléctrica caliente, como si fuera una tetera inglesa, siempre preparada para servir un cuenco del ebúrneo elemento al invitado inesperado.
Y tan ligado está a la rutina, a la lealtad a lo conocido, o tal vez sea porque su color se ha asociado siempre a lo inmaculado, a la pureza y la inocencia, que ya el desvío conyugal se describe en términos de infidelidad gastronómica. Así, comentar que hoy no voy a comer arroz, sino un pho es poco menos que una declaración de adulterio.

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