Translate

martes, 7 de diciembre de 2010

DESAYUNO CON QUEROSENO

      Encontramos un local a pie de calle, tan estrecho como una grieta entre dos medianeras, tan pequeño que podría ser el cuarto trasero de una minúscula tienda de zapatos. Es un restaurante. En la acera, se acuclillan tres o cuatro comensales sobre taburetes azules de plástico, tamaño orinal, mientras los peatones deambulan frente a sus palillos. Sostienen en sus rodillas un cuenco que sumerge una madeja de fideos, de la que parece que tejan un jersey hacia sus bocas. Tiene muy buen aspecto, y mi mujer me empuja desde el ruido de la calle a cruzar el umbral hacia el espacio de penumbra que alberga, milagrosamente, cuatro mesas en miniatura, de casita de muñecas y sus ocupantes.
      Desde la cocina, en el marco de la puerta, una mujer crea, despacha y cobra las especialidades del fogón, que denuncian la procedencia de la dueña. El Bun Bo de Hue y el Vanh Cuon. En menos de dos minutos una joven deposita el plato de ralladura de flor de banano y brotes de soja vaporizados y un platillo de limas troceadas y chile fileteado. Al minuto tres, un bowl de sopa en la que flotan láminas de ternera y longaniza de pescado entre fideos redondos, spaghettis de arroz, aterriza en la mesa. Fast Good. Los tipos de la acera que empezaban a comer cuando me senté, ya no están. Ritmo gastronómico local. Desayunos y almuerzos sin tertulias. En el minuto tres y veinte segundos sirven a mi mujer el Vanh Cuon, una creppe de arroz rellena de carne refrita.
      El procedimiento para dar a luz tan sutil envoltorio es lento, metódico y cariñoso. Hervir, tostar y vaporizar hasta conseguir una oblea blanca, translúcida y elástica que posteriormente se rellena. Los restaurantes especializados en Vanh Cuon transmiten un ambiente de matanzas, de laboriosidad tribal, comunitaria, donde las mujeres de la cocina me recuerdan a las comadronas, con sus guantes, su trasiego de velos y carnes, y su envergadura física.
      En un instante mi placidez se trunca por el griterío de la cocinera hacia la camarera, su nieta. El profesor ha llamado desde la escuela. Las notas no son buenas. Levanta el mazo de mortero y la amenaza ante la clientela. ¿Tu crees que me aceptaría a mí tu profesor? ¿No ves que soy demasiado vieja? Mírame aquí. Yo no tengo tiempo de ir a la escuela.
      Vietnam, un país donde conviven enfrentados el machismo más primitivo con un matriarcado combativo, en el que se oponen pero también alían, el feminismo calculador con la independencia económica femenina, las que testimoniaron la guerra no perdonan a sus descendientes la flaqueza ni la estulticia.
      Huelo a queroseno, o tal vez sea napalm, que se mezcla entre los aromas del habitáculo, y entiendo cada vez más que los vietnamitas ganaron la guerra por su carácter.


No hay comentarios:

Publicar un comentario