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viernes, 25 de noviembre de 2011

UCCELLINI, UCCELLACCI, PAJARILLOS Y PAJARRACOS

             Una de las escasas zonas verdes de Saigón, (no más de cuatro entre públicas y privadas) es el parque zoológico. Lo mejor del recinto es su jardín botánico, alimentado y dirigido por un francés de finales del diecinueve, que dejó en herencia los majestuosos e inmensos árboles que lo sombrean para beneficio de todos sus animales, los racionales (¿?) que caminan en libertad, y los irracionales, tristemente prisioneros. Mientras paseo a mis animalillos, Suri y Maili, para saludar a los elefantes que menean sus cabezas como enloquecidos de melancolía, a los hipopótamos sumergidos en sus orines, a los tigres albinos onánicos (se chupan sus partes, tan afiladas como sus colmillos, impúdicos, frente a los espectadores) (felix, felino, felatio, fálico…) con su sabia mirada, a los leones sucios y famélicos, siempre dormidos (¿será el hambre?), o al corral de exóticos animales para un zoo, las cabras y ovejas, las mismas que hay en mi pueblo de Lérida, lo que más me llama la atención son los pájaros y su parecido con ciertos tipos humanos.
El tucán, que recuerda a una señora con un tupé a lo Elvis Presley o propio de una película de Fritz Lang o de un anuncio de perfume de Jean Paul Gaultier, (ese perfume tan embriagador que debieran prohibirlo en los locales públicos, y en los demás…también), con su doble pico córneo de aspecto tan contundente pero en realidad hueco como una cáscara de huevo, y sus larguísimas pestañas (¿pero tenían pestañas los pájaros? Quizá no tienen pelo, pero pestañas…ya lo creo!). El flamenco rosado que retuerce cuello como un tubo de plomo que ha cobrado vida, sin olvidar el pico en posición de las manos de alguna danza oriental, y esos inquietantes ojos rojos. O el secretario, ese pajarraco de calva rosada, (¿siempre son calvos los secretarios?) envuelto en un chaqué gris, de solapas blancas, y esas alas que parecen recogerse por atrás como las manos de un hambriento maestro de pueblo de la postguerra española.
Y me pasan por la cabeza todos aquellos que han tomado a los pájaros para alimentar su arte, desde los descriptores naturalistas u ornitólogos, como Darwin o Audaboun hasta artistas como Picasso, Max Ernst, Matisse,  Chagall, Magritte (y su pájaro lleno de cielo azul y nubes blancas), o los escritores como Gerald Durrell (Filetes de lenguado), o Axel Munthe (la historia de San Michelle),  Richard Bach (Juan Salvador Gaviota) o Selma Lagerloff (El maravilloso viaje de Nils Holgersson)
Mas allá de las murallas del zoológico, los pajareros de Saigón trasportan y venden pajarillos en sus motocicletas, en volúmenes y equilibrios imposibles, y los granjeros llevan a sus patos de paseo, del corral al matadero.



jueves, 24 de noviembre de 2011

TU (CUATRO) Y NAM (CINCO)

Se llama Nam, que según el tono (hay seis en vietnamita: dau sac, dau huyn, dau hoi, dau nha, dau nang, dau khong) significa número cinco. Nam es un nombre válido para hombre y mujer, como Luis y Luisa o Antonio y Antonia, y es la última adquisición en el personal de apoyo a nuestra aventura gemelar. No es la número cinco sino la once, para ser fieles al periplo de vagas o freakys que han pasado por casa en el servicio doméstico durante el último año de vida saigonita. Pero Nam es diferente. Es limpia, trabajadora y sabe cocinar. Mujer solterona de unos cincuenta, siempre risueña con sus apretados mofletes brillantes, los brazos emergiendo turgentes del pijama multicolor, el trasero prominente (raro, raro en Vietnam) bamboleando a diestra y siniestra mientras pasa el aspirador, los ojos entrecerrados, dos abejorrillos negros que revolotean en todas direcciones. Con el pelo recogido en moño y los brazos en posición de firmes recuerda a una muñeca rusa de madera de esas que contienen a toda la familia de distintos tamaños (una Matryoshka o Matrushka). Lo gracioso es que su colaboradora, un ser angelical, con su parte oscura como todos los ángeles, (los que no cayeron fue por falta de información o experiencia) se llama Tu, que en vietnamita, según el tono, también significa cuatro. Mientras que cuatro es excelente en el arrullo, el acune, la lactancia y la provisión de alimento, cinco es mucho más activa, pulcra y cocina con alegría, generosidad e imaginación. Los guirlaches blandos de plátano, cacahuete y jengibre son un ejemplo, como la fermentación alcohólica del arroz negro o la obtención de brotes de soja a partir de esas perlas verdes con ojillos negros.
La abuela (mi suegra vietnamita) ha traído quince kilos de rambután, dos racimos completos de bananas de un metro de altura y una gallina viva, como detalle de su visita relámpago al delta del Mekong, ida y vuelta en un día, a donde fue invitada a una fiesta de los muertos. La dead people party suele ser, al menos la primera vez, una celebración de colores y actitudes alegres, con ropas blancas, cintos de telas rojas, y música estridente y rimbombante.
Nam se mete en la cocina con su paso rápido, escorando a babor y estribor, como los hombres vietnamitas de cierta edad y posición, cuando su centro de gravedad se desplaza a ese balón cárnico entre sus columnas y ombligos. No doy un céntimo por la gallina, que cacarea su última súplica antes de la guillotina. La escena ya de por sí pintoresca, más aún por cuanto sucede en un apartamento de un edificio de 35 plantas, me retrotrae a la cocina de mi abuela, en Vilanova de Meià, donde en mi infancia tuve ocasión de ver matar a conejos y gallinas, y de ir a buscar la leche al corral, (tenía que esperar a veces a que el granjero despegara las manos de las ubres vacunas, o limpiara el pasillo de las boñigas). Todavía ahora, 30 años más tarde, 16.000 kilometros más lejos, recuerdo el aroma a leche que hierve, a grasa, a frío y a humo de leña que se colaba por la ventana de esa cocina.

jueves, 20 de octubre de 2011

ÉPOCA DE LLUVIA

Lluvia. Goterones poderosos, como los cuerpos batracios de una lluvia bíblica, baquetean el techo del coche, el cielo es tiniebla, la carretera un lago, la gente espera autobús de pie sobre los bancos frente a un río que unos minutos antes se llamaba carretera, las motos se arraciman bajo los puentes como las ovejas lo hacen bajo las encinas. De capelinas de colores asoman varias cabezas o muchas piernas. Los coches levantan olas que amenazan de zozobra a sus vecinas de dos ruedas. Un carrimoto arrastra sobre  la calzada las pieles de los pomelos como la tonsura de un reptil prehistórico. Pese a lo inestable del firme, las escasas motos siguen desafiando la lógica de la prudencia y de múltiples fuerzas físicas como la gravedad o la centrífuga. Manadas de excavadoras dormidas doblan sus brazos de colores, y recuerdan cuellos de flamenco o miembros de un inmenso pulpo metálico. Carritos bajo tejadillos escurren chorros de agua y venden la única nota de color alegre, sus botellas de colorines inverosímiles. Por fin, más adelante, la tierra seca marca una frontera inexplicable, como trazada con regla, hasta donde ha llegado la lluvia. El ambiente es más fresco pero sigue haciendo un calor pegajoso. Pasada la tormenta, alguien mea en la carretera. Un parque ajardinado aparece repleto de sillitas de plástico rojo, vacías; sus clientes, asustados por el agua, tardarán en volver. Arcos de flores animan dos portales por motivos opuestos: una boda, la novia de blanco, a la europea, y un entierro, también de blanco, también de fiesta, la última que se llevará el difunto al paraíso. Las hogueras en los márgenes de nuestro camino tiñen de bruma con sus humos toda la atmósfera, y se confunden con las barritas de incienso en los guardabarros de los coches; otros llevan crisantemos amarillos y todos pasamos ante las tiendas de chimeneas, de colchones, o de venta templos budistas, con sus lucecitas de colores del parchís. Farmacias y neones. El cielo sigue gris. Vuelve a llover.

lunes, 3 de octubre de 2011

FOR MEN ONLY 2. MÁS ALLÁ DEL ESPEJISMO


¿Cuestión de vocabulario? Tal vez. Irse de putas es algo soez, secreto, o como mínimo discreto, un asunto del que solo presumen los de abajo, y por lo general cuando van borrachos. Tener un programa, como diría Mario Benedetti, es digno de envidia, hasta de cierto respeto, de camaradería entre compañeros del mismo escalafón. Tener una querida, solo se permite a los jefes, o a los políticos, o a los hechos a sí mismos que han triunfado, o a los ricos en general. La situación es idéntica, pero el vocabulario la viste de un color muy distinto. Tampoco es igual que te digan it’s hundred dollars  (son cien dólares) que would you like a girlfriend for tonight? (quieres una novia para esta noche?) La carne puede ser la misma, pero el envoltorio cambia mucho. Tal vez por ello, los que pueden no pagan fulanas, sino que mantienen novias. No se habla de dinero, que es una ordinariez, se ofrecen o reclaman regalos, que siempre son bienvenidos, y son más bonitos que un billete con cara de George Washington. Si las excursiones al tocador de Holly Goligthly pagaban pajareras doradas, los paseos con las long legs, high hills de Saigón compran bolsos, y al rico o poderoso gusta más imaginarse que esa chica de la edad de su hija va con él por su capacidad de seducción (quien piense que se seduce sin regalos de algún tipo va listo…) que por su cartera. ¿Pero qué hacen las novias de pago después de conseguir tres bolsos de Hermés y cinco de Luis Vuiton? Pues lo lógico, venderlos.
Lua (seda) es una tienda pequeñita, de entrada estrecha y altas paredes. Se ubica en una calle poco transitada (si eso puede decirse de alguna calle en Saigón), en las proximidades del mercado de Ben Thanh.  En ella exhiben colecciones enteras de bolsos con los colores más fascinantes, como los de las heladerías italianas, malvas, azules turquesas o esmeraldas apastelados, rojo ingles, o amarillo cadmio naranja, últimos modelos en complementos, lo mismo que una larga lista de relojes de lujo, de mujer, claro. Un cartel dice en inglés, no vendemos, copias, el que tenga dudas al respecto o pretenda preguntar, que no entre. El cartelito, negro sobre blanco y mayúsculas, ya define de por sí el carácter de la dueña, mujer robusta, de dimensiones cúbicas, morena sin complejos, anteojos finos sobre cuyos y por encima de su hombro mira a casi todo el mundo que penetra su santuario de comercios devaluados. Habla un inglés australiano, del que presume como lo haría unos de esos personajes de Charles Dickens que ascendieron tras caminos de penuria desde el barro a los salones con arañas de cristal, fanfarroneando de su humildad. Y como sea que los que subieron desde muy abajo difícil lo tienen para perdonar su pasado, la mujeruca apenas si dirige la mirada a las mujeres vietnamitas que entran por primera vez, a menos que nombren a quien las recomendó.
Fuera de la tienda, en algún lugar lejano, oscuro despacho de obra, espacioso departamento de edificio de oficinas, asiento de avión internacional, o cómodo sofá de casa junto a su mujer, está el otro protagonista de la historia, el macho pagano, cuyo abanico de emociones va desde el aparentemente aburrido pero secretamente satisfecho y excitado por su "conquista", hasta el decepcionado por completo, que después de haber roto su matrimonio por un espejismo de dulces arrullos, despierta en manos de una vampira del verde elemento, una codiciosa de tiempo y dinero, ambiciosa y posesiva, tan celosa de todo lo que no le es propio como lo fue la anterior pareja o mucho más, una arpía que se camufló bajo la piel de cordero de las diferencias de costumbres o idiomas, y ya tarde, con la resaca del naufragio repetido, el pagano mira hacia atrás con arrepentimiento, al presente con amargura y al futuro, si se le ofrece, con un nunca más.

sábado, 24 de septiembre de 2011

CAÍDA LIBRE

Desde que caí en la sierra del Cadí por un alud cuando tenía veinte años, cambié pico por pincel, dejaron de atraerme las velocidades y me dediqué a labores más quietas y solitarias, como la pintura, el trecking o la literatura. Demostré tener poca visión de la vida (nunca he tenido mucha, será el astigmatismo) porque la velocidad es contemplada por la mayoría como un signo de poderío, cuando quieren vendernos un coche, cuando construyen nuevos héroes en el mundo deportivo (corre más, lanza la pelota a X km por hora, etc) y los velocistas gozan un cierto atractivo sexual, pese a que llegados al lecho, la velocidad penaliza, y frustra a las hembras. Por suerte, los nuevos antidepresivos, que retrasan la eyaculación, solucionan la relación con uno mismo y con la pareja. 
En Vietnam el gobierno intenta enfriar la economía bajando el interés por el dólar, controlando su mercado secundario (negro), importando oro para bajar su precio y manteniendo altos los tipos de interés del dong pero solo acrecientan la usura. Para alguien que tiene una deuda al 30%, renegociar dinero al 20 % para pagarla es un alivio transitorio; el problema es que no se negocia por años sino por meses. Un 20% al mes es 240 % al año. Así se dejan casas y coches como garantía que se pierden y malvenden al 50% de su valor. Ésta es la situación en que se hallan muchos propietarios que siguen enfermos por la fiebre de hacer negocios cuando los bancos están secos y todo se negocia en un cuerpo a cuerpo entre personas físicas. Estos personajes, triunfadores de la crisis, que multiplican sus ganancias en días, semanas o meses, gracias a su oportuna liquidez, consiguen coches de lujo, casas y apartamentos que amueblan con el sello distintivo del dinero rápido. Sillones imitación de Luis XIV, cornucopias dorado sobre blanco y arañas de cristal, Ipad para jugar los niños y uvas de Corinto recién traídas de USA. Te escuchan con una oreja mientras la otra está permanentemente ocluida por el beso de un móvil y hablan con una voz farfollante, escupidora, carnicera o debiera decir carroñera. En tiempos de naufragio, siempre hay alguien en la playa. Y todo lo que se tiene o se destiene vuelve a venderse y genera rápido movimiento, tanto que yo siento un leve mareo, una angustia como si hubiera apostado mis dineros bajo el cubilete plateado sobre caja de cartón de un trilero de las Ramblas de Barcelona.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

TINIEBLAS DE SEDA

Después de un año de silencio activo (un blog http://www.rubenensaigon.blogspot.com) con cuarenta entradas, un curso de escritura y mucha, mucha lectura de todo tipo) puedo presentar en sociedad el segundo libro la serie MUNDIPOL. La primera entrega, EL MISTERIO DEL HOMBRE ARBOL, mostró una historia multiescénica en la que se conjugaban el ansia científica por el control del cáncer a través de la música fractal con la ambición de grupos mafiosos y la necesidad de expiación de la deuda espiritual de una familia. Los investigadores policiales, personajes de carne y hueso limitados por sus pasados subyugadores, aparecían enfrentados entre su deber y la admiración del individuo perseguido, luces y sombras en las que cobraban relieve sus propias contradicciones.
            En esta ocasión, en TINIEBLAS DE SEDA, un embalsamador del siglo veintiuno usará la sociobiología arácnida y el arte moderno para sembrar la Sierra del Montsec de esculturas mortuorias. En una versión al aire libre de Vilanova de Meià de los crímenes del museo de cera, los inspectores de la Mundipol, Ofelia Guerendiain, Gisella Kramer y Tim Nguyen quedarán atrapados en una trama de venganzas y conspiraciones, y en sus propios conflictos internos de melancolía y desamor. Una vez más espero ser capaz de dar otra vuelta de tuerca al género policial para ofrecer una obra original, entretenida, formativa y polémica.
            El próximo sábado ocho de octubre, aproximadamente a las 19 horas de España, en el café de Vilanova de Meià, el mismo café en que se reencuentran los personajes de TINIEBLAS DE SEDA, haré una presentación inédita de la novela y pondré a la venta una serie limitada de 100 ejemplares. La niebla, el invierno, la austeridad, las cuevas, los vuelos nocturnos, la seda, la venganza que no muere, el amor a destiempo, el olor a membrillo, Giacometti, Anselm Kieffer y Thailandia, se darán cita en esta obra.             Si deseas un ejemplar impreso, contacta conmigo en questesbien@gmail.com

LUCES Y SOMBRAS DE UNA ESTRELLA

                Leo los mitos sobre la protección solar y aprendo que pocos se acuerdan de resguardar los ojos tras unas adecuadas gafas que nos oculten de rayos de más de 400 nanómetros, los rayos UVA y UVB (en la nieve sí nos acordamos, que los rayos reflejados dejan ciego). Las camisetas mojadas, tan sexis, no protegen del sol y las cremas factor 30 no cubren el doble de las 15, sino un 4% más. Ponerse moreno antes de vacaciones no defiende del sol más que un factor 3 y los negros no están a salvo del cáncer de piel, el cáncer más frecuente en Estados Unidos.
                Mientras pienso en ello, recuerdo a las mujeres vietnamitas que conducen las motocicletas a 38 grados Celsius de temperatura parapetadas bajo gorros de tela, máscaras, gafas de sol, guantes a lo Gilda color carne, sandalias con calcetines que transforman sus pies en pezuñas de dos dedos y comprendo todo ese camuflaje que nada nos sorprendería si lo que quisiéramos es refugiarnos del frío. Y si por un momento llego a pensar que es debido a la conciencia que la población tiene de los perniciosos efectos de las radiaciones ultravioletas sobre el DNA, pronto me lo quitan de la cabeza los comentarios de mi mujer. Es solo una cuestión de estatus.
                En los países de escasez de rayo solar, el moreno define al triunfador, al narcisista, al deportista, al que dispone de medios económicos y tiempo para cuidar su imagen y su ocio, y proyecta una imagen de salud, de éxito. Por lo contrario, en países como Vietnam, y desde luego en Saigón, la ciudad del perpetuo verano, el tono de la piel disminuye conforme aumenta el estatus que se tiene o se desea aparentar. Pareces una camboyana, se sueltan para pincharse dos amigas. Y por las calles flotan sílfides de ojos gatunos montadas sobre sus zapatos, altas colinas, y se acarician la melena mientras dejan caer la cabeza a un lado y su blanca palidez refulge bajo la luna, los focos de los escaparates o la luz de neón, o son esas empresarias de figura recia, enjoyadas en piedras tan grandes como su ambición, tan llenas de aristas como su carácter, enfundadas en vestidos negros, el luto por su muy reciente difunta miseria, los zapatos brillantes que golpean el asfalto sin piedad, las voces prepotentes, cortantes, chabacanas, y sus pieles blancas. Y esos prejuicios no quedan tan lejos del sentir de los españoles, que hace menos de cincuenta años oían comentarios parecidos, y todo moreno era tenido por aceituno, mozárabe, camarero o recogeperas.