Una de las escasas zonas verdes de Saigón, (no más de cuatro entre públicas y privadas) es el parque zoológico. Lo mejor del recinto es su jardín botánico, alimentado y dirigido por un francés de finales del diecinueve, que dejó en herencia los majestuosos e inmensos árboles que lo sombrean para beneficio de todos sus animales, los racionales (¿?) que caminan en libertad, y los irracionales, tristemente prisioneros. Mientras paseo a mis animalillos, Suri y Maili, para saludar a los elefantes que menean sus cabezas como enloquecidos de melancolía, a los hipopótamos sumergidos en sus orines, a los tigres albinos onánicos (se chupan sus partes, tan afiladas como sus colmillos, impúdicos, frente a los espectadores) (felix, felino, felatio, fálico…) con su sabia mirada, a los leones sucios y famélicos, siempre dormidos (¿será el hambre?), o al corral de exóticos animales para un zoo, las cabras y ovejas, las mismas que hay en mi pueblo de Lérida, lo que más me llama la atención son los pájaros y su parecido con ciertos tipos humanos.
El tucán, que recuerda a una señora con un tupé a lo Elvis Presley o propio de una película de Fritz Lang o de un anuncio de perfume de Jean Paul Gaultier, (ese perfume tan embriagador que debieran prohibirlo en los locales públicos, y en los demás…también), con su doble pico córneo de aspecto tan contundente pero en realidad hueco como una cáscara de huevo, y sus larguísimas pestañas (¿pero tenían pestañas los pájaros? Quizá no tienen pelo, pero pestañas…ya lo creo!). El flamenco rosado que retuerce cuello como un tubo de plomo que ha cobrado vida, sin olvidar el pico en posición de las manos de alguna danza oriental, y esos inquietantes ojos rojos. O el secretario, ese pajarraco de calva rosada, (¿siempre son calvos los secretarios?) envuelto en un chaqué gris, de solapas blancas, y esas alas que parecen recogerse por atrás como las manos de un hambriento maestro de pueblo de la postguerra española.
Y me pasan por la cabeza todos aquellos que han tomado a los pájaros para alimentar su arte, desde los descriptores naturalistas u ornitólogos, como Darwin o Audaboun hasta artistas como Picasso, Max Ernst, Matisse, Chagall, Magritte (y su pájaro lleno de cielo azul y nubes blancas), o los escritores como Gerald Durrell (Filetes de lenguado), o Axel Munthe (la historia de San Michelle), Richard Bach (Juan Salvador Gaviota) o Selma Lagerloff (El maravilloso viaje de Nils Holgersson)
Mas allá de las murallas del zoológico, los pajareros de Saigón trasportan y venden pajarillos en sus motocicletas, en volúmenes y equilibrios imposibles, y los granjeros llevan a sus patos de paseo, del corral al matadero.
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