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miércoles, 14 de septiembre de 2011

LUCES Y SOMBRAS DE UNA ESTRELLA

                Leo los mitos sobre la protección solar y aprendo que pocos se acuerdan de resguardar los ojos tras unas adecuadas gafas que nos oculten de rayos de más de 400 nanómetros, los rayos UVA y UVB (en la nieve sí nos acordamos, que los rayos reflejados dejan ciego). Las camisetas mojadas, tan sexis, no protegen del sol y las cremas factor 30 no cubren el doble de las 15, sino un 4% más. Ponerse moreno antes de vacaciones no defiende del sol más que un factor 3 y los negros no están a salvo del cáncer de piel, el cáncer más frecuente en Estados Unidos.
                Mientras pienso en ello, recuerdo a las mujeres vietnamitas que conducen las motocicletas a 38 grados Celsius de temperatura parapetadas bajo gorros de tela, máscaras, gafas de sol, guantes a lo Gilda color carne, sandalias con calcetines que transforman sus pies en pezuñas de dos dedos y comprendo todo ese camuflaje que nada nos sorprendería si lo que quisiéramos es refugiarnos del frío. Y si por un momento llego a pensar que es debido a la conciencia que la población tiene de los perniciosos efectos de las radiaciones ultravioletas sobre el DNA, pronto me lo quitan de la cabeza los comentarios de mi mujer. Es solo una cuestión de estatus.
                En los países de escasez de rayo solar, el moreno define al triunfador, al narcisista, al deportista, al que dispone de medios económicos y tiempo para cuidar su imagen y su ocio, y proyecta una imagen de salud, de éxito. Por lo contrario, en países como Vietnam, y desde luego en Saigón, la ciudad del perpetuo verano, el tono de la piel disminuye conforme aumenta el estatus que se tiene o se desea aparentar. Pareces una camboyana, se sueltan para pincharse dos amigas. Y por las calles flotan sílfides de ojos gatunos montadas sobre sus zapatos, altas colinas, y se acarician la melena mientras dejan caer la cabeza a un lado y su blanca palidez refulge bajo la luna, los focos de los escaparates o la luz de neón, o son esas empresarias de figura recia, enjoyadas en piedras tan grandes como su ambición, tan llenas de aristas como su carácter, enfundadas en vestidos negros, el luto por su muy reciente difunta miseria, los zapatos brillantes que golpean el asfalto sin piedad, las voces prepotentes, cortantes, chabacanas, y sus pieles blancas. Y esos prejuicios no quedan tan lejos del sentir de los españoles, que hace menos de cincuenta años oían comentarios parecidos, y todo moreno era tenido por aceituno, mozárabe, camarero o recogeperas.




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