ONLY FOR YOU SAIGON:
Where did you find your inspiration?
Very close,...: Where did you find your inspiration? Very close, at home. I loved an old wooden window I found in an abandoned villag...
A través de mis vivencias en Saigón, descubriréis cómo se ha trasformado la sociedad vietnamita desde la postguerra de los 70 hasta el siglo XXI,
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jueves, 17 de septiembre de 2015
jueves, 16 de julio de 2015
PUNTOS DEBILES Y AMIGAS VENENOSAS
Los puntos débiles
por tradición en
la lucha son los que aparecen en este esquema. Sin embargo, como ya
adivino' Homero hace milenios, los oídos
son uno de los puntos ma's vulnerables (Ulises protegio' los o;idos de sus remeros contra el canto de las sirenas y se amarro' a un ma'stil para evitar sucumbir al hechizo de las palabras) .
También
Shakespeare lo sabi'a, y con sus words, words, words, atormentaba la
mente de Hamlet, y la mujer del rey Lear sentencio' a muerte a sus
enemigos, a su
marido y a si'
misma. Javier Marías
recuerda hasta el tedio que uno puede no escuchar, pero nunca olvidar
lo ya oído.
La vulnerabilidad al efecto de la
palabra es grande, y con excepción de políticos y cínicos (no es
lo mismo?) uno se siente atrapado no solo por lo que escucha sino por
lo que dice. La palabra dada. Somos gente de honor.
En los últimos tiempos he podido
descubrir un tópico universal (soy un poco lento). Es el de la
buena-mala amiga, la persona próxima y que creemos que alberga
buenas intenciones pero que en realidad hace ma's mal que bien. Es
posible que lo haga por envidia, o por deseo de conseguir con su odio
universal una venganza en la piel de otra persona que no pudo
conseguir por si' misma, incluso puede que est'e revestida de
peligrosas buenas intenciones (yo solo quería ayudar, dijo la
hormiga). Lo cierto es que vierte el veneno de sus palabras en el
oído de nuestro amigo o nuestro cónyuge y desde entonces, como
preso de un filtro hipnótico, cambia su voluntad y su valoración de
las cosas y, por un tiempo o para siempre, se vuelve insoportable.
En pocos meses he visto
separaciones, y he sufrido desapariciones de amigos por esas palabras
venenosas que siembran la duda, como le ocurrió al desgraciado moro
de Venecia, Otello, que comercio' amor por odio, e'l que había sido
tan agraciado por la compañía de una buena persona.
sábado, 20 de junio de 2015
TENDER IS THE NIGHT WHEN THE PRINCESSES BLOOM
Ayer llovió otra
vez, y se levantó un viento furioso, y refrescó la ciudad, y Saigón ya no era Saigón sino
cualquier ciudad de España en agosto, cuando tras la primera tormenta veraniega, deja de hacer calor por
un día. Una llovizna arremolinada nos empujaba a unos hacia otros en lo alto de
un sky bar, en la azotea de un moderno edificio con luces de colores y carteles
parpadeantes como luciérnagas monstruosas. Y también ellas, las princesas vespertinas, se arremolinaban
entre las sombras en torno a botellas de vinos italianos o chilenos, o de Vodka
con bombillas en su interior.
Las señoras L y N celebraban
el regreso de un viaje por la Riviera francesa pasando por Estambul, copa en
mano, sonrisas entre labios carmines y pestañas falsas. La ex-señora M estrenaba un
vestido Marilín Monroe edulcorado con un perfume sofisticado, la melena corta
alisada y modelada a lo egipcio, lejos de la tradicional cola de caballo que
cuelga peligrosamente hacia las ruedas de las bicicletas de las estudiantes de
pueblo, con sus Ao dais blancos. Los mesados de cabello con la cabeza inclinada hacia un hombro desnudo, la perfecta caída de párpados, y su maestría en el
lenguaje no verbal, no pudieron disimular la dureza de su voz, grave y enérgica
como un hierro oxidado, con acento del norte, de alguien que ha sufrido y curado
sus cicatrices con sal.
Llámame Moon, dijo
una que enseñaba el ombligo de un vientre sin mácula, un cuerpo diseñado por la
sensualidad. Entonces escuché una ovación femenina a mi derecha, pues la ex-señora P acababa unirse
al grupo y retirado el chal que cubría sus hombros y mostraba en gracioso gesto
el mayor escote que he visto en mi vida. Las vietnamitas no tienen pechos
ni glúteos, pero espaldas... las más largas y estilizadas de Asia. Pese a su reducida estatura, la columna de P
era infinita, un continuo de seda, morena de raza, desde el cuello hasta mucho
más allá de la cintura, coronada por una carita de porcelana, blanqueada con
sangre de doncella o leche de burra, o con cualquier otro milagro de la
cosmética tailandesa.
Entonces llegó la señorita K,
que miraba a la multitud con sus ojos bizantinos, casi bizcos, con aire de
acabar de despertarse, y a la vez con la quieta tensión de una garza real, allí
en sus alturas, ya de por sí humillantes para las enanas vietnamitas y que remataba
con unos tacones tan o más poderosos que los de sus frustradas competidoras. K
tiene el poder de ver a través de uno, de sonreírte a ti mientras busca a otro
más interesante, y así se fue en busca de su habitual copa de proseco, ceñida
en unos pitillos negros, con curvas de pantera, sin despedirse.
La lluvia no cedía y
el flujo de cuerpos y conversaciones siguió el camino del agua, escaleras
abajo, hacia una sala de oscuridad casi impenetrable y música machacona y
ensordecedora. Un espacio para bailar y tocar, o bailar y beber. En el lugar,
como es habitual en Saigón, más camareros y seguratas que clientes. Los
primeros servían y rellenaban los vasos con agilidad de croupier en las mesas con botellas reservadas, y luego los hacían desaparecer entre sus manos con prestidigitación. Los segundos, más fornidos, vigilaban con amabilidad férrea, que no hubiera contacto entre los libadores de las
distintas mesas, para evitar flechazos entre capuletos y montescos y los
consiguientes baños de sangre.
Me despierto con el
mazazo occipital de unas copas de más y contemplo el cada vez más aserrado
horizonte de Saigón. Megaconstrucciones por doquier. Grúas y martillos neumáticos,
hormigoneras y bocinas. El día vuelve
y el viento se lleva la lluvia y las sedas y penumbras, y algún susurro confuso.
Solo en algún instante, sin saber exactamente de dónde, regresa ese perfume
sofisticado, el de la melena egipcia, como al despertar de un sueño.
Por desgracia sufro el mal de los Karamazov, me pierde la sensualidad.
CUANDO LLORA EL CIELO
Cuando llora el
cielo se solidariza con el dolor de los humanos, nosotros, los pequeños. La
naturaleza recoge el dolor del mundo y llora, y lo moja todo. Hablo de la
lluvia sin viento, como la nieve sin ventisca, con su rumor sordo, a veces a
espasmos, otras constante y permanente mientras dura. Es un acto humilde,
paciente, a veces poderoso, otras mántrico, una oración ecuménica, que a todos
afecta.
Este año ha llovido poco, casi nada, una estación húmeda seca, calurosa hasta la locura, el mal humor y la violencia por todas partes. Hoy llueve y lo celebro, por fin el agua, El agua y los lichis, gotas de agua dulce condensadas en frutos solo por un mes, los lichis, como los longans y los rambutanes, forman parte de los frutos que recuerdan ojos de peces gigantes, con sus transparencias y sus huesos escondidos...
sábado, 9 de mayo de 2015
HANOI DE CENIZA
Me despierto en Hanoi. Han pasado tres años desde la última
vez que estuve a solas con esta ciudad. Ha cambiado mucho, me dice Jorge, mi
amigo de la embajada. Se ha modernizado. Es cierto, algo ha cambiado. Ha
desaparecido mi restaurante favorito, el Marrakesh, que ya daba muestras de
agonía la última vez que fui. Por lo demás, algunas moles en el skyline, un
puente nuevo que permite llegar al aeropuerto en veinte minutos…no, para mí,
Hanoi no ha cambiado.
Hanoi gris en abril, Hanoi contaminado, ruidoso, gritón,
brusco, provinciano. Agrede el acento, tajante y gutural, agrede a pesar de las
sonrisas de sus habitantes. Rostros velazqueños, campesinos, quemados por el
sol, el frío o el alcohol. Manca finezza por todas partes. Recorremos en
moto, noche de brisa fresca, la ribera sinuosa del lago del Oeste. Bares ya
cerrados a las nueve de la noche, oscuridad sedosa, farolillos de colores en
las aceras, con sus grupos de adolescentes naive, nada osados, mucho menos
rebeldes, agrupados en torno de comidillas, susurros o fogones. Ojillos
almendrados, vivos, curiosos, inquisitivos, talentos mal dirigidos, hacia lo
local, restringidos a lo que se les muestra.
Hanoi se salva por sus árboles, por sus lagos. Hanoi se
salva a pesar de sus habitantes. Les guste o no, llevan la sangre de sus
vecinos, los de más al norte, mil años fueron muchos. El brillo en las pulseras,
los bolsos, los suelos, todo reluce junto a los escombros. Lo viejo se amontona
con lo antiguo, los locales derruidos con los recién acabados. Cruzamos el
paseo de Truc Bac, el que divide el lago del Oeste, y pasamos junto al mausoleo
de Ho Chi Minh. Frente a él, una nueva construcción llamada parlamento, de
estilo moderno, racional, la fachada repleta de banderas de las naciones del
mundo, lugar pensado originalmente para el diálogo pero que rechina por el uso de
una sola voz, pensamiento único, gerontocrático, víctima de la taxidermia como
el vecino del otro lado de la calle.
Los viejos símbolos se mezclan con los nuevos. El treinta
de abril se celebrarán los cuarenta años de la liberación entre comillas, la
misma liberación que celebró el pueblo francés en el siglo diecinueve, que se
libró de la monarquía y cayó en manos de la burguesía, y nunca hubo tanta
libertad, igualdad, fraternidad y muerte (Dickens dixit). El mundo está en
manos oligárquicas, como siempre, y cuando se prueba el poder, nadie quiere
dejarlo, al precio que sea. Las banderas rojas ondean bajo el cielo gris en el
norte y en el sur, con renovados fulgores, pese a su mensaje apolillado. En
Saigón han cortado el tráfico en un área enorme para que nadie perjudique al
desfile de siete mil soldados que rememorarán la victoria sobre los extranjeros.
¿Tienen miedo?
El color de la tramoya del desfile es azul celeste. Me ha
sorprendido. Los colores lanzan mensajes. ¿Esperanza? ¿Paz? ¿Armonía?
El metro es ya un proyecto palpable en Hanoi y Saigón.
Metros elevados sobre pilares de hormigón. Así se ve más, luce más, impacta
más. Mientras unos ven la construcción del país, yo veo también el
desmoronamiento de lo que fue. Rincones, hábitos, amigos, desaparecen
continuamente a lo largo de estos años. La vida se abre paso, pero lo hace a
través de la muerte. Debo de estar un poco Pesoa. Será el día, o la superficie
queda y pestilente del lago del oeste, o el sol refulgente que duele a los
ojos, la neblina o la resaca de la noche de ayer. O quizás mi remanente
genético del noroeste de España. Mañana el viento se llevará la ceniza de los
días y veré todo con esperanza renovada.
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