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sábado, 6 de septiembre de 2014

PADRES ABUELOS, ABUELAS MADRE













¿Quién dice que hombres y mujeres somos iguales?. No somos iguales, no somos lo mismo, no podemos ser iguales.

Todo es matizable, pero hay demasiada política, demasiado intento de parecer correcto, justo, ecuánime, moderno y tolerante en el abordaje de estas cuestiones. La realidad es que la relación entre el hombre y la mujer en la Europa de las igualdades y modernidades lleva a una supervivencia matrimonial inferior al 40%, a las bodas apresuradas, a las maternidades tardías, a una sociedad donde la familia es algo frágil, disperso, indefinido, crispado, empobrecido. Algunos dirán lo contrario, que con mayor número de padres o intentos matrimoniales, los hijos adquieren mayor experiencia de la vida. Lo ignoro. No se lo deseo a mis hijas. Sin embargo, los matrimonios entre voluntades muy iguales pasan por fuerza por etapas sumamente críticas, de las que pocos sobreviven intactos. Son matrimonios minados por hedonismos frustrados, por la nostalgia de una vida célibe previa demasiado larga, y a la que ambos se creen con derecho a disfrutar y no renunciar.

En Saigón hay un ejemplo claro de lo distintos que son o pueden ser los roles de hombres y mujeres. Pueblan cafés y complejos de apartamentos de alto standing parejas con niños muy pequeños, bebés en muchos casos, integradas por una veinteañera y un sexagenario. Son los segundos o terceros matrimonios, en el caso del marido, o a veces de ambos. Esos padres ya no son padres, sino abuelos de sus hijos, que se arropan a una madre y un abuelo, ayudados por una nanny. Son hijos que nacen casi huérfanos, de padres de sesenta o setenta años, prodigio del viagra y la debilidad de carácter frente a cónyuges de la edad de sus hijas (o nietas) con un programa inamovible determinado por la costumbre y la necesidad: Beso: I-phone; cama: moto; vivir juntos: boda; seguir juntos: hijos. Y aplican el programa con independencia de la edad del cónyuge.

En el otro extremo están las abuelas de los primeros hijos de esas nannies o esas veinteañeras. Hijos abandonados de matrimonios rotos, en ocasiones para ir a juntarse las madres con esos sexagenarios, o para servirles en casa. Y son las abuelas las que cuidan y educan a esos niños, en una segunda maternidad forzada, y deben educar y manutener cuando solo tendrían que jugar, y sus hijas les roban la vejez lúdica al cargarlas con la responsabilidad sobre los nietos, como les robaron el egoísmo y la juventud al criarlas a ellas. Y cuando años más tarde las hijas casadas con otros, o aún solas, reclaman a sus hijos, las abuelas las repudian, les niegan a los hijos, porque ya no son las abuelas sino madres viejas de sus nietos.

He tenido más de diez chicas trabajando en casa de lunes a domingo. La mayoría tenía hijos. Solo una mostró preocupación por saber de ellos y terminó por marcharse para cuidar de su hijo. Las demás, nada. 

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