Hace pocos días ha ocurrido un cambio imprevisto en el
trabajo. Un colega ha sido cesado. No es que sorprenda mucho, por cuanto el
cargo que ocupaba era muy caliente. Podríamos decir incluso que era la crónica
de una muerta anunciada, y sin embargo, cuando por fin sucede el hecho, sigue
siendo igual de embarazoso. Pronto vuelan los comentarios negros, y aquellos
que callaron durante meses ahora se acercan agoreros, y todos somos compadres
ante lo malo, como si rebuscar en la basura nos hiciera más amigos, y el buen
clima laboral, que era tan continuo como el calor en la ciudad, se ha
enturbiado de nubes oscuras de crítica e incertidumbres. Las actitudes tóxicas
emponzoñan rápido los ánimos en una empresa, y por ello es de agradecer y
admirar a los compañeros que persisten en un optimismo práctico y alegre.
Recuerdo una secretaria con la que coincidí en un periodo
oscuro de mi vida. Ella representó la luz en mi niebla No porque fuera bonita,
que no lo era, sino por su actitud capaz de aguantar cualquier ofensa y
transformarla en una respuesta mesurada, y en muchas ocasiones en clave de
humor. Durante unos dos años estuvo saludándome con su “¿Cómo le fue su
amanecer?” O recomendándome que me tomara “un café conversadito” y me dio
muchas lecciones de espíritu positivo. La crítica y la rabia nos encierran en
bucles o, peor aún, en espirales autodestructivos, porque la verdadera víctima
de las malas tintas somos nosotros mismos, y, en algunas ocasiones, aquéllos a
los que más queremos.
La actitud positiva no implica ser frívolo o cabeza hueca,
antes al contrario, supone una mayor inteligencia, una superior capacidad para
elaborar respuestas adaptativas. El mal humor es como el mal olor, una muestra
de pobre higiene, en este caso, mental.
En los tiempos que corren, es fácil dejarse arrastrar por
la moda, por el comportamiento de la mayoría, mezcla de pasividad y agresividad
de escaso alcance, pero suficiente para agotar la jovialidad de los que nos
rodean, la familia y amigos. Hemos de hacer un esfuerzo colectivo, los
españoles, para superar las actitudes pasivo-agresivas en favor de una
proactividad pragmática. Con la labor de cada uno podemos hacer un mundo mejor
sin necesidad de fijarnos en la mediocridad de nuestros líderes, y tal vez, de
ese modo, veamos un día el amanecer de un líder entre nosotros con unos valores
mejores, sin resentimientos ni ajusticiamientos, con más deseos de sumar y
multiplicar que de restar y dividir.
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