Amanece
en Saigón un día brumoso. La ciudad difuminada en gris elefante no oculta sus
ruidos, el tráfico, los gallos, las obras vecinas, un avión. La arteria de
asfalto lleva centenares de motos que avanzan entre espasmos y flujo suave,
como las hojas sobre un riachuelo.
Rutina
de niños, baños, desayunos, y un beso de despedida, pero esta vez con un
sentido distinto. Esta tarde tal vez una rosa. No espero libros, no espero
nada. Por un instante veo la Rambla de Catalunya con sus tilos, los puestos
abanderados con sus libros amontonados, los cubos con las rosas espigadas. Sabor
a costumbre, muchas veces ignorada, y sin embargo me conforta saber que sigue ahí.
Es bueno que algo permanezca cuando todo cambia, todo está en continuo
movimiento. Es agradable preservar fechas que se repiten con una cierta
estacionalidad en un mundo donde todo está al alcance siempre, a cualquier
hora.
He
regalado libros hoy, pero han sido electrónicos, a distancia, para un amigo al
que solo he podido saludar por teléfono. Es el mundo en el que vivimos, todo un
poco virtual. Al menos los sentimientos no cambian. Me sigue alegrando que hoy
sea San Jorge, San Jordi, el día del libro.
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