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miércoles, 3 de abril de 2013

HORIZONTE RUGOSO

          Dicen que el horizonte se amplía desde la altura, que la visibilidad aumenta tras la lluvia. Yo aprendí en clases de pintura que la sensación de proximidad y lejanía pertenece al mundo de las sombras. 
          La primera lluvia tras la estación seca anegó Saigón como un respiro al calor de metal fundido. Ayer fue un día de calor espantoso, el olvidado signo de un próximo cambio de estación. Lavada por la lluvia nocturna, la ciudad amanece sin bruma, y lineas de luz y sombra dan profundidad a la amalgama granulada de los tejados de uralita. La masa inmóvil , llena de vida entre sus paredes, con sus malvas y pálidos, sus tostados y brillos, me recuerda la arena coralina que rompen las olas. Los rascacielos, cada vez más numerosos, dibujan lineas verticales como arbustos calcinados en el desierto de hormigón. El horizonte, incluso desde la altura, es rugoso en la gran ciudad. Solo hoy veo, quizás por primera vez, una franja indefinida, más allá de los tejados, donde la tierra se encuentra con el cielo, un parque tal vez, o el mar después del diluvio, quién sabe.
         Pero ya el sol se eleva, y las sombras se retiran, y la perspectiva se aplana, desaparece. La ciudad se encoge bajo la luz pálida, cegadora, en unos vastos primeros planos, ya no es infinita, porque la proximidad y la lejanía dependen del baile de las luces y las sombras, y las sombras se han ido.



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