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miércoles, 3 de abril de 2013

CINE SIN PALOMITAS

      Hace un tiempo comenté que había muerto el cine. Que las buenas historias ahora las cuenta la televisión. Desde varios meses espero las secuelas de MAD MEN y BREAKING BAD, dos series de televisión de la AMC. Intensas, inteligentes, adictivas. Esperar forma parte de mi vida en Saigón. Espero papeles, permisos, resultados, licencias, beneficios, vacaciones...espero que crezcan mis hijas, que todo funcione, que España se arregle un poco...
   La televisión gana espectadores en series que construyen sentimientos, mientras el cine pierde espectadores en series que abundan en la sensación. Series de remakes, de secuelas, de precuelas sin ton ni son. Los efectos especiales son todos iguales, las montañas se caen igual, las piruetas de arte marcial son exactamente las mismas. Y el 3D no ha solucionado nada. La carrera del cine es hacia la sensación, y la sensación es una carrera sin fin, siempre se desea más porque no llena, no sacia, no construye. Son fuegos de artificio, y a quién no le fascinan por un rato, pero a la postre cansan, no hay poso, regusto, reflexión, no mueven lo profundo, la empatía, positiva o negativa. 
    Qué gusto da poder decir que los actores secundarios son tan interesantes como los protagonistas, recordar frases, desear repetir una escena para entenderla mejor, para aprehenderla. 
     Ignoro dónde está ahora el negocio de la televisión, en la era de TODO GRATIS o TODO PIRATA, pero comprendo que el negocio del cine esté solo en las palomitas. Las películas se estrenan el mismo día en  todo el mundo para cortar el pirateo, pero tan solo 24 horas más tarde ya se encuentran en las calles de Saigón vídeos pirata. En ocasiones incluso antes del estreno en la ciudad.
      Quizás por lo único que sigo interesado en el cine es por las películas de dibujos animados. Como ocurre aquello de que además de serlo tienen que parecerlo, la realidad, los personajes, los conflictos y la tensión dramática me parecen mucho mejor hilvanados y equilibrados que en soporíferas o previsibles historias de superhéroes u otras ficciones. La serie de Madagascar, Toy Story, Kunfu Panda, o Megamind, Los increíbles, Happy feet y Cómo domesticar a un dragón son algunos ejemplos. Sin embargo, empiezo a ver los mismos amaneramientos, recursos estéticos, hasta el punto de que las bromas, los saltos los golpes se programan desde las mismas bases de datos, o con los mismos recursos de animación, y todos, personajes de carne y hueso o de megabites, se confunden en sus piruetas y parecen salidos de la misma escuela de arte dramático.
        Y entonces llegan entregas que rompen con lo actual por lo anacrónico, o por la sensibilidad, porque se atreven, o porque encuentran a quien les pague para producir esa obra. Películas en blanco y negro, como The artist, (además muda), o Blancanieves, o películas de género propio, como Amor, que no sé porqué me recuerda a Las invasiones Bárbaras. También películas de factura asiática, como My Way, una película intensa, dura, sobre lo absurdo de las guerras y el valor de la amistad. O la maravillosa Anonimus, una tragedia sobre al vida de Shakespeare donde el amor, la intriga, la estética y el drama inflaman el corazón.
         Pese a ello, sigo pensando que el talento está en la televisión, y deberán cambiar mucho en Hollywood para recuperar el interés, no la afición, del público.

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