A los dieciséis me
compré mi primera cámara de fotos, de segunda mano, una Olympus OM2, manual,
metálica, con funda de cuero caoba. Tiraba fotos en blanco y negro, más
baratas, hasta que llegó FOTOPRIX a la
calle Balmes con Consejo de Ciento hace casi treinta años. Tomaba el autobús
para ir a revelar las fotos en color a esa tienda, el único lugar que me
permitía pagarlas con lo que sacaba de clases particulares. Por aquellos
tiempos, los ochenta, pensaba en que un buen fotógrafo necesitaba llevar
siempre una cámara en la mano. En aquella aun época de película celuloide, no
podía cambiar de color a blanco y negro con solo darle a un botón, y acabé
paseando dos cámaras, una con película en color y otra en blanco y negro. Lo
mismo ocurría con las sensibilidades (ASA). Por otra parte, los carretes de 36
imágenes eran proporcionalmente más económicos que los de 24 o 12 y eso
complicaba las decisiones.
Conocí a Francesc Catalá-Roca
en una barbacoa. Paseaba una cámara pequeña, casi de juguete, como esas que se
ganaban en las casetas de tiro con balines, en las ferias de verano, y que
sacaban un rostro de plástico con mofletes colorados, sonriente, empujado por
un muelle al darle a un resorte. Le pregunté por su cámara, que parecía muy
simple, y me dijo que lo más importante de la cámara era el ojo. Del mismo modo
que el instrumento más importante del oficio del médico es la silla, y más que
su fonendo, lo que hay entre los extremos, la cabeza del médico.
Hoy en día no hace
falta llevar una gran cámara en el bolsillo. Los teléfonos móviles llevan cámaras
con distintos ASA, en color, sepia o blanco y negro, con video, grabador de
sonido, todo. No hay excusa. El ojo que ve puede registrarlo todo. Lo
importante es el ojo.
Pese a mis dos años en
la ciudad de la lluvia y el surrealismo, no me resigno, sigo mirando, y
descubro nuevos temas, viejos protagonistas, nuevas imágenes. No cedo al
adocenamiento, a la modorra de la rutina. Mantengo el ojo abierto a la
sorpresa. Lo importante es el ojo.
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