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viernes, 7 de diciembre de 2012

BOCADILLOS DE CABALLA


            En la calle Dien Bien Phu, entre Pham Ngoc Tach y Pasteur, afloran por la mañana temprano los puestos de bocadillos, banh mi, y otras ofertas gastronómicas. En unos wok plateados hierven unos churretes pardos. Me acerco a preguntar. Son de pescado. Un día me atrevo y desayuno bocadillo de pescado. No quiero imaginar ni preguntar de qué pescado se trata. No sabe a nada, así que imagino que es Pangasus, la panga con que Vietnam ha invadido los supermercados de España y del mundo entero gracias a su precio y a que no tiene espinas. Pescado blanco, inodoro, insaboro, masticable, proteico y barato.

            Entonces me acuerdo de los bocadillos de pescado que he comido en mi vida, desde los de atún en aceite del colegio hasta los bocadillos de caballa de Estambul.

            A las cinco de la tarde, el sol bajo, el agua azul marino casi negro revuelta por el tráfico de los ferris que van y vienen de la parte antigua a la parte nueva del cuerno de oro, o de la costa europea a la asiática, en Eminonu, donde acaba una de las líneas de tranvía entre chirridos, se acumulan las barcazas barbacoa que venden bocadillos de caballa. Las gaviotas chillan y se pelean por posarse sobre el tejado a la espera de una distracción de los cocineros. Bajo el toldo flamea un letrero ocupado en casi la totalidad de su longitud por el enrevesado nombre del dueño (BISMILLAHIRRAHMANIRRAHIM). Mujeres con velo negro y cada rolliza, hombres de mostacho poblado, nariz y barbilla largas como gárgolas o arietes marinos que protruyen a su encuentro, todos abandonan un instante las manos de sus niños o las cuentas de los rosarios y se acercan a las barcas que humean y en las que un vendedor vestido con chaquetilla adamascada y bombachos blancos grita buyuk, buyuk, buyuk. El muecín de la Yeni Camii canta y avisa del rigor y la devoción obligada, pero por unos instantes, cegados por el olfato, el estómago manda y los devotos se entregan a un placer mundano. En 2003, antes de la apreciación de la lira turca, un bocadillo costaba un dólar.
            De detrás de una tapia de latón aparece entre carreras un muchacho con un recipiente repleto de esos dedos de pescado rebozado. Los que tenía la tendera ya se han acabado.






 

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