En
la calle Dien Bien Phu, entre Pham Ngoc Tach y Pasteur, afloran por la mañana
temprano los puestos de bocadillos, banh
mi, y otras ofertas gastronómicas. En unos wok plateados hierven unos
churretes pardos. Me acerco a preguntar. Son de pescado. Un día me atrevo y
desayuno bocadillo de pescado. No quiero imaginar ni preguntar de qué pescado
se trata. No sabe a nada, así que imagino que es Pangasus, la panga con que Vietnam ha invadido los supermercados de
España y del mundo entero gracias a su precio y a que no tiene espinas. Pescado
blanco, inodoro, insaboro, masticable, proteico y barato.
Entonces
me acuerdo de los bocadillos de pescado que he comido en mi vida, desde los de
atún en aceite del colegio hasta los bocadillos de caballa de Estambul.
A
las cinco de la tarde, el sol bajo, el agua azul marino casi negro revuelta por
el tráfico de los ferris que van y vienen de la parte antigua a la parte nueva
del cuerno de oro, o de la costa europea a la asiática, en Eminonu, donde acaba
una de las líneas de tranvía entre chirridos, se acumulan las barcazas barbacoa
que venden bocadillos de caballa. Las gaviotas chillan y se pelean por posarse
sobre el tejado a la espera de una distracción de los cocineros. Bajo el toldo
flamea un letrero ocupado en casi la totalidad de su longitud por el enrevesado
nombre del dueño (BISMILLAHIRRAHMANIRRAHIM). Mujeres con velo negro y cada
rolliza, hombres de mostacho poblado, nariz y barbilla largas como gárgolas o
arietes marinos que protruyen a su encuentro, todos abandonan un instante las
manos de sus niños o las cuentas de los rosarios y se acercan a las barcas que
humean y en las que un vendedor vestido con chaquetilla adamascada y bombachos
blancos grita buyuk, buyuk, buyuk. El muecín de la Yeni Camii canta y avisa del
rigor y la devoción obligada, pero por unos instantes, cegados por el olfato,
el estómago manda y los devotos se entregan a un placer mundano. En 2003, antes
de la apreciación de la lira turca, un bocadillo costaba un dólar.
De
detrás de una tapia de latón aparece entre carreras un muchacho con un
recipiente repleto de esos dedos de pescado rebozado. Los que tenía la tendera
ya se han acabado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario