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lunes, 7 de marzo de 2011

LA CLEPSIDRA HORIZONTAL

          La primera vez que escuché estas palabras fue de un amor de mi vida que no resistió al instrumento, al paso del tiempo y el río de la vida se la llevó con su corriente de emociones entre los remolinos de la curiosidad y la espuma de la sensación.
Desde entonces o desde siempre, me he sentido atraído por el tiempo,  ese fenómeno multidimensional, marcado por los ciclos de todos los pequeños y grandes ritmos, desde el circadiano, el temperamental, el lunar, el solar, o el estacional, hasta el vital, el histórico o el geológico. Y aún me sorprende cómo, en el mismo lugar, unos corren con sus motos a perder el tiempo en otra parte con prisa y ansiedad mientras un pescador se sienta sobre el reflejo plateado de un lago, negra figura contra un espejo, y simplemente espera, o practica una extraña danza con su sedal para atrapar al pez que quizás no halle.
            Y junto al lago, una columna de árboles escuálidos llora sus sarmientos o eleva sus cuernos al viento de un cielo gris, pero que ya deja pasar los primeros rayos de sol de toda una semana, los que tiñen los grises de ocre y pintan algunos edificios de colores cálidos. Y la luz crea volúmenes como por arte de magia donde no los hubo hasta hoy, y de la bruma emerge la ciudad de Hanoi como un fantasma, silueta de hormigón que pone límites al lago y le quita un poco el misterio de esa superficie sin fin que se confundía con el cielo todos estos días.
            En el barro del camino siguen desfilando a un ritmo irregular las bicicletas de las vendedoras de flores, estallidos de alegría en medio de la oscuridad, ajenas de la felicidad que transportan, o tal vez no, la única nota de color bajo la lluvia invernal.

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