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miércoles, 16 de febrero de 2011

CHUC MUNG NAM MOI 2011

A las 11.30 h llego a la granja. Música de karaoke entre brindis con un whiskey que nunca ha visto Escocia. Vísceras de cerdo fileteadas, huevos sobrecocidos en agua de coco y carne de tocino, y además sopa de matanzas, un caldo de arroz y cubos de sangre cocida. En la terraza, los papayos crecen en las jardineras como si fueran geranios, pero con el tamaño de una avestruz. Dentro, la casa está llena de mujeres que juegan y ríen, y cogen a las niñas en brazos, y hablan y comen ante la mirada inexpresiva de santos y vírgenes sobre las estanterías. Bajo la cama, en la misma estancia, se guardan huevos de oca en bolsas de plástico, y a su lado la caja fuerte, del mismo tamaño que la nevera.
De camino a la granja del vecino, las vacas avanzan por la cañada, siguiendo a un humano de sexo misterioso por cuanto van vestido de pies a cabeza a pesar del calor. Pantalón negro, blusón azul, antifaz a rayas y su sombrero de paja. A su lado, cuatro gallos comen trigo que alguien a echado al suelo. Los arbustos toman el color cobrizo del camino, cubiertos de polvo de la estación seca, y bajo su sombra juegan dos niños, y más allá, ya circulan las sempiternas motos, solas o en grupos, en su continuo pulular ubicuo.
En la granja, más allá de las 16 naves que albergan casi 300.000 pollos, la casa del amo es un capricho racionalista por fuera, mientras que en su interior parece un mueblé, con sus neones azules y un exceso de sillas de madera de raíz, estilo Luis XIV. Los dueños parecen los criados en medio de ese lujo fuera de lugar. Pero uno no puede fiarse de las apariencias, porque esa gente se embolsa más de 20.000 euros al mes. Tal vez les hemos sacado de la siesta, él caminando en pantalón corto con unas sandalias esquelet que parecen de ella, y la mujer arrastrando unos zapatos de cuero negro, toscos y pesados, que le irían mejor a él.
Ya de vuelta, recogemos 18 docenas de huevos de dos yemas para regalar a las amigas por año nuevo. Ríete de los huevos de las clarisas.
Mientras, en la ciudad, las banderas rojas flamean como si quisieran desprenderse de la estrella, o de la hoz y el martillo, alineadas sobre avenidas desiertas, un paisaje urbano insólito de persianas bajadas, que durará cinco o seis días, quizás menos.



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