El título parece extraído de nuestros noticiarios y
periódicos, tan aficionados a las malas noticias. Pero en realidad deseo hablar
de otras bombas, las que salvan vidas. Hace muchos años, en los tempranos
noventa, en la sala de urgencias del Hospital Valle Hebrón, un cardiólogo amigo
me comentó que había establecido un pronóstico de vida a corto plazo en
relación al número de bombas de infusión que se apilaban junto a la cabecera de
los enfermos de la unidad coronaria. Me pareció una evaluación acertada por
cuanto aquellos que necesitaban más de cuatro bombas (dobutamina, dopamina,
noradrenalina, estreptokinasa…) solían perecer o salir de allí con graves
secuelas. Morir de un infarto es triste, pero sobrevivir con insuficiencia
cardiaca avanzada es un castigo de la mitología griega.
La historia me viene a la cabeza porque en un país donde mi
mujer me decía, hace solo ocho años, que no existían el estrés ni los problemas
psicológicos, hoy puedo diagnosticar el estrés con solo observar cuántos
teléfonos usa el paciente. Mi consulta es multifuncional, y visito desde
problemas de nariz o intestinos hasta dolencias de la piel o el alma. Y algunos
de los que se quejan de la nariz están más enfermos del alma de lo que se
imaginan. Vivimos en Saigón, una ciudad de máximos, cuanto más mejor. Cuando mis
clientes depositan sus dos o tres teléfonos (alguno me confesó que usaba cinco)
sobre mi mesa o están enviando SMS o chateando con alguna de las muchas
aplicaciones para enviar mensajes gratis (¿Gratis? ¿Y el tiempo que nos roba?
¿Tan importantes son todos los mensajes?) mientras yo escribo su historia,
pienso en lo enfermos que están. Padecen raquitismo de paciencia, anemia de
silencio, carencia de quietud, la enfermedad de la prisa.
Y entonces recuerdo las bombas de la unidad coronaria y cavilo
si no serán los mismos personajes, las mismas dianas, los que viven con
múltiples teléfonos y gracias a varias bombas. La prisa mata, y la tecnología
hay que disfrutarla a sorbos, con mesura, o nos vuelve locos, dispersos,
estúpidos.
Como comentarios adicionales a la situación, cada vez hay
mujeres víctimas de la vida multiteléfono. Y para distinguir entre la
percepción de los roles masculino/femenino de los que hablaré en otro post, la mujer
que va en moto con varios teléfonos suele ser una prostituta a domicilio,
mientras que el hombre que solo saca el segundo teléfono en los bares es para
comunicarse con su o sus amantes. Algunos, la mayoría pilotos de líneas aéreas
comerciales, se jactan de tener un radar de parejas en situación de compartir
intereses inmediatos en un área de uno o dos kilómetros (debe de ser algo así
como el copulo-match). Son capaces de dejarte con la palabra en la boca y salir
presurosos a por la pieza del día. ¿Dónde quedaron las cartas de amor, las
esperas, las incertidumbres? El exceso de eficacia es pornográfico,
decepcionante.
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