Ha muerto Robin Williams, ha muerto un payaso. ¿Quién se
acuerda de Charlie Rivel? (Por cierto, ¿sabían que era catalán, de Cubelles? ¿Y
gran admirador de Hitler? Le envió una felicitación de cumpleaños en 1943. ¿O
fue una broma?) ¿Quién recuerda a los payasos tristes, I Pagliacci de Puccini?, ¿O al profesor que se enamora de la
prostituta Marlene Dietrich en El ángel
azul, lágrimas negras en medio de un ataque de celosa locura?
La risa se asocia a la alegría, pero con frecuencia esconde
otras emociones, nerviosismo, miedo, decepción, o una profunda tristeza.
Siempre recordaré a una mujer jovial en extremo que escondía bajo su risa una
terrible situación familiar. También la sonrisa y el abrazo de un médico a una
paciente y amiga al descubrir que tenía el hígado lleno de metástasis y moriría
pronto, sin remedio. Las sonrisas exteriorizan un sentimiento mucho más
interior que la risa, expresan empatía, o compasión, o resignación. La risa es
una reacción, frente a la sonrisa que es más una decisión, una acción
elaborada. La risa puede ser involuntaria, escaparse, ser intensa como un rayo,
puede partirle a uno, literalmente, romperle una costilla, provocarle una
hernia discal, dejarle sin respiración, es violenta y pasajera, con frecuencia
molesta, estúpida, descarada o provocadora. La sonrisa es una expresión de
humanidad, aunque los monos sonrían, aunque los hipócritas se escuden tras
ella, si bien a esos se les acaba notando el rictus, la tensión excesiva en los
músculos de la cara, y queda solo una mueca de payaso siniestro, como las
sonrisas de nuestra derecha política, Rajoy, Aguirre, matrimonio Aznar por
poner algunos ejemplos. También hay quien no sonríe jamás, los más porque no se
lo permiten, otros porque no saben.
Cuando un payaso pierde la alegría solo vemos su tristeza,
mucho más honda que las nuestras, pues su lucha fue tratar de evitar al mundo
que sufriera la pena, la que cargaba sobre sus hombros como la cruz de Cristo. En
ocasiones es demasiada tarea, pues la pena pesa, y la llamamos pesar, y consume
su alegría, y cuando queda la pena en estado puro, sin el consuelo de la broma,
el payaso cae en una profunda soledad, porque la pena le aísla del mundo con el
que eligió solo relacionarse a través de una ensayada alegría. Y cuando ya no
hay el otro, ni tampoco la ligereza de la risa o el ingenio, la vida es
insoportablemente pesada. Adiós payaso triste, adiós señor Williams. Te dedico
una sonrisa eterna.