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sábado, 9 de abril de 2011

PIÑA Y SANDÍA

Veo los trozos de piña, puntiagudos, fibrosos, ácidos, amarillos, como su fruta toda, con ese penacho de hojas que emergen como espadas desde su cabeza, y en el mismo plato, los cubos de sandía, rojos, dulces, blandos, mullidos, y su fruta, blanda, redonda, pesada, de hojas flácidas e indolentes, y se me aparece el Norte y el Sur de Vietnam, con sus caracteres tan dispares, ambos, el rectángulo rojo y las espículas amarillas, juntos en la bandera que une sus destinos. Y también, aunque a la inversa, las flores amarillas de la suerte por año nuevo en Saigón y las rosadas o rojas en Hanoi, en un delicioso diálogo de colores entre dos realidades cada vez más diluidas, aunque sus acentos sigan delatándoles, y sobre todo, esa forma de los norteños de pronunciar la erre como una zeta, así como otras consonantes, y que les da ese ceceo dulzón que contrasta con la fuerza y sequedad de su dicción de los cinco tonos. Ajena a mis digresiones, mi profesora de vietnamita sigue insistiéndome en la pronunciación. 

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