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domingo, 23 de enero de 2011

EL TIOVIVO DEL TRAFICO EN SAIGON

La primera vez que tuve contacto con Vietnam me produjo la extraña sensación de estar en un país latino ¿Latino? No podía ser. Pero lo cierto es que la pasión por el ajo, la vida en la calle, el bullicio, las gentes en los cafés de Saigón chocaban con lo que uno podía esperar de un país comunista asiático con economía planificada en apariencia. Con el tiempo he podido constatar que en Vietnam coexisten muchos contrarios, como la planificación de sus emprendedores en la esfera individual en contraste con una sensación de improvisación colectiva.
      Si en algo se aprecia la mezcla de individualismo y falta de planificación colectiva es en el tráfico. La falta de cumplimiento de las normas más básicas del orden circulatorio, la ausencia de semáforos en la mayoría de los cruces importantes, la arbitrariedad con que los agentes de la policía ejercen su poder sobre los conductores, todo hace de la circulación por Saigón un fenómeno sorprendente y creativo. Las aceras se convierten en carriles de adelantamiento para motos, las calles tienen direcciones pero los sentidos son libres, alternando el adelante o hacia atrás con los sentidos cruzados o el casi estacionamiento en plena vía para recoger un bulto caído inoportunamente de una moto. Porque las motos llevan bultos, todo tipo de bultos, desde cien patos o cincuenta bolsas de plástico que hacen de pecera a pececillos de colores, hasta cristales o espejos de 1x2 m2, neveras, y rascacielos de hueveras o veinte botellas de aceite de 10 litros. Por supuesto son el transporte multifamiliar por excelencia, de modo que no es extraño ver un motociclo con cinco ocupantes que se apretujan como sardinas, los adultos con casco, los niños no. En perspectiva está el impulso al transporte público, un remedio urgente para una ciudad colapsada por la cantidad y la falta de orden. En medio de este caos, la vida del peatón transcurre como la que debían llevar los primeros mamíferos entre los dinosaurios. El peatón es ignorado. No hay aceras salvo a la salida de los grandes hoteles y centros comerciales, los pasos de peatones no son respetados por nadie, y el peatón cruza como puede, por donde le da la gana. Peatones en las calles, en las rotondas, en las autopistas. Y como si de una ruleta rusa se tratara, van agotando los huecos vacíos entre motos, coches o camiones hasta que les llega su hora.

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