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miércoles, 13 de agosto de 2025

  

EL BOSQUE SECRETO 


Cuando era niño tenía algunos libros de tapa dura y tamaño grande. Todo en ellos era grande, las imagenes, de página entera o a veces doble, la letra, del tipo Time Roman (entonces no sabía cómo se llamaba). Eran libros pesados, no podía acarrear más de dos o tres a la vez. Eran los típicos libros que podía sostener en mis rodillas en esas eternas sesiones de WC entre ponerme, hacer y quedarme ahí hasta que decidía irme a por otra cosa. 

Uno de esos libros se llamaba El bosque secreto. Guardo un recuerdo difuso, y quizá lo confundo con el de las fábulas de La Fontaine, o de Esopo, otros de mis grandes libros con sus imágenes pintadas a mano, no con inteligencia artificial. Imágenes duras, europeas, no edulcoradas o infantilizadas, censuradas o manipualdas, imágenes  que daban miedo, no solo por la gestualidad agresiva con que habían sido pintados los animales protagonistas, sino por sus miradas depredadoras hacia sus víctimas o compañeros de escena, o peor aún, hacia los tiernos espectadores.

He paseado por muchos bosques, tanto de día como de noche, a pie, o en burro, en verano y en invierno, con frío, con sed o agotado. La naturaleza del bosque parece más previsible que la del mar, más evidente, y sin embargo puede ser igual de peligrosa, tan bella y cambiante. Los árboles y arbustos, las densidades del follaje, las sombras, las peñas, las grietas, cuevas, las huellas, los incendios, los rayos, los animales salvajes, animales que no están para contart historias y si alguna moraleja quieren recordarte, quizás sea tu última, la que hubieras debido recodar sin su ayuda, y que hubiera podido salvarte la vida, ahora, cuando ya es demasiado tarde. 

En la poética del bosque me sumerjo ahora usando técnicas de trasferencia vegetal e impresión primitiva, entre la pintura y la cocina, nada más apropiado para mí, pues ambas me fascinan.











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