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lunes, 21 de mayo de 2018

El trópico y la disolución de la memoria



 El calor y la vida del trópico actúan como una lima suave que erosiona y disuelve la identidad de forma imperceptible, como el viento pule una roca con el paso del tiempo. Los hechos de occidente dejan de ser relevantes y un día olvidas las fiestas nacionales, los cumpleaños, y casi no recuerdas quién fuiste, cuál fue el primer propósito que te trajo a estas tierras. El entorno se ha adueñado de ti, un paisaje homogéneo sin estaciones, sin cambios de ritmo. Los occidentales necesitamos las cuatro estaciones, son como una rueda cuadrada, una pieza de reloj que marca el inicio y el final de los años y de los acontecimientos. En el trópico los días son todos iguales, calor con o sin lluvia, doce horas de luz, doce horas de oscuridad todo el año. Es un movimiento ondulatorio, como el baile entre el yin y el yang, un vaivén continuo que adormece. Sin embargo, lejos del concepto común de la calma plácida, la vida tropical de una gran ciudad como Saigon sucede en medio de una laboriosidad enervante, donde se trabaja siempre, sin interrupciones. El fin de semana y las vacaciones son un invento occidental, o tal vez una consecuencia de la riqueza. Tal vez sea eso, la riqueza. Porque Vietnam hasta hace muy pocos años era un país pobre. Solo ahora, en pleno siglo veintiuno, los hoteles se llenan los fines de semana y se colapsan las carreteras y los aeropuertos en las vacaciones escolares. Pero es un fenómeno nuevo, un invento de occidental En cambio, en España hablar del fin de semana o de las vacaciones es el deporte nacional. El lunes se habla del domingo pasado, y el martes se empieza a hablar del siguiente sábado.

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