Hace ya tiempo, no recuerdo cuánto, escribí sobre los duelos menores. Si
por definición el mayor duelo es el que sigue a la muerte de los que nos importan,
el que nos recuerda que estamos solos ante nuestro destino, con nuestros
aciertos y nuestros miedos, otros duelos, quizás menores, son los de la separación
de los que queremos, de nuestro paisaje, o nuestras raíces, los duelos de
pérdida de un estatus, el duelo por la conciencia del paso del tiempo a través
de nuestros cuerpos, con la erosión de nuestra piel, de nuestra fuerza, de
nuestras facultades.
Los afortunados, o los emocionalmente inteligentes o fuertes se sobreponen
a los duelos mediante la comprensión, o dando a la pérdida un significado biológico,
todo nace para desaparecer, nada existe para siempre.
Hoy he sido testimonio de algo que ya sabía, los duelos de los niños por la
separación de los amigos, de los abuelos. Vivir en un país exótico, en una comunidad
extranjera, te obliga a la experiencia de la separación a edades muy tempranas.
Tus amigos escolares se van a otros países, tus ancestros viven lejos, los ves
solo en vacaciones.
Los niños encierran sus traumas en cajas fuertes de vergüenza, o se
refugian en símbolos, un regalo, una foto, un rito con el que que mantienen viva
y próxima la experiencia agradable del amor o la complicidad de aquel amigo o
aquel abuelo del que no pueden disfrutar a diario, o con frecuencia.
Los adultos tenemos más experiencia, más cicatrices, hemos pasado por ese
camino y algunos hemos aprendido, o tal vez no. Y entonces nos refugiamos o huimos
a través de la belleza, de la música, o del entumecimiento que proporciona el
alcohol, las distracciones multimedia, los deportes.
Hay que ser sensibles a los duelos menores, que nos aguardan en cada recoveco
del vivir, cuando algo a lo que estamos acostumbrados desaparece, como una
calle arbolada que ha sido talada, o una panadería que ha cerrado, nuestra
cafetería favorita, o cualquier otra cosa que por ser habitual creíamos,
necios, que iba a durar para siempre.
No tengo soluciones, soy aficionado a los duelos largos, aunque gracias a
vivir en Saigón donde los duelos menores son tan frecuentes, empiezo a ver en
los vacíos que dejan, oportunidades para nuevas experiencias, nuevas
relaciones, y ya a estas alturas, disfruto del hoy y no doy el mañana por
garantizado.